La carestía

León

Hay tal carestía de besos y ternuras, de caricias demoradas y abrazos infinitos , que muchos soñamos ya con una tregua en esta infame condena a la soledad intocada, en esta crueldad de virgen indeseada.

En los ojos del cualquier viandante anida , si se fija usted bien, la melancolía de aquel tiempo en que la cálida carne era compartida con cualquier excusa, las manos tomadas de los amantes, el roce en la mejilla de la madre, los besos , ay , los besos, se acuerdan ustedes de aquella bacanal de besos sin fin: el beso ametrallado en el rostro de la amiga, el beso tierno acomodado en la barba del padre, los besos lentos y húmedos de los amantes en los prólogos de la pasión, hasta el beso mejillil de los Borjas Maris y las Cayetanas a la salida del Auditorio o en las puertas del Camarote Madrid. Dios mío, cuándo volverá aquella utopía de labios y brazos y corazones aplastados. Aquel derroche cotidiano de amores enlazados , abrazados, gozosos.

Ayer me acerqué a Urgencias porque en las manos me brotaban abrazos en forma de rama, y en el pecho rugía un rumor de afectos amontonados, no dados, como gatos mimosos que no encuentran la salida .

El galeno me auscultó con detalle, tomó mis manos asilvestradas, y se quitó la mascarilla con el semblante que precede a las malas noticias.

- ¿Es grave, doctor? – preguntó mi voz temblorosa.

- Pudiera serlo, si no empezamos el tratamiento cuanto antes. – contestó él.

Comience usted con dosis pequeñas de arrumacos y achuchones , tres veces al día. Y luego suba al doble , antes de las comidas si puede ser.

Joder, casi me echo a llorar allí mismo. Me levanté, abrí los brazos , presto a darle un apretón agradecido a mi doctorcito, y la receta que no llegaba.

Él me miró con aire profesional antes de clavar su daga:

-No hay receta. Esto no entra por el seguro.

Y luego dicen que tenemos la mejor sanidad del mundo.