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FIRMAS DE OPINIÓN

España en Europa

La opinión de Manuel Ortiz Heras, Catedrático de Historia Contemporánea

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Los españoles éramos desde hace unas décadas y por motivos sobrados un pueblo con vocación europeísta que se había acostumbrado a mirar a la Unión Europea con optimismo y gratitud. Los mejores años de nuestra historia reciente han coincidido con la integración en las estructuras comunitarias.

En la década de los setenta pesaba sobremanera nuestro aislamiento internacional en plena crisis económica del capitalismo. Antes, la economía había crecido en el desarrollismo gracias a las remesas de nuestros emigrantes, las inversiones exteriores y el turismo. Apenas las relaciones con los norteamericanos, amenazadas por la renovación del tratado sobre las bases militares, evitaban esa sensación de abandono que muchos querían definitivamente olvidar vía integración en el Mercado Común Europeo. Esta misión se activó en 1977. Adolfo Suarez, con un amplio apoyo popular, activó los protocolos para formalizar nuestra solicitud de admisión en el selecto club europeo. Luego vendrían las gestiones de Calvo Sotelo para conseguir la adhesión a la OTAN que facilitaría la obligada modernización y profesionalización del Ejército español, una institución anquilosada y con una mentalidad claramente franquista.

Ya con gobiernos socialistas se pudieron vencer los múltiples obstáculos que obturaban la definitiva entrada de España en la Comunidad Económica Europea que finalmente se produjo el 1 de enero de 1986. Poco se comenta al respecto la envergadura de los frenos representados por la patronal o los sindicatos y determinadas corporaciones que se sentían expuestos a la competencia europea. Apenas han trascendido a la ciudadanía los frentes abiertos por las diferentes cancillerías europeas, especialmente la francesa, para confeccionar la segunda ampliación de la Comunidad después de las reivindicaciones inglesas y la negociación de la Política Agraria Comunitaria. La CEE padecía su primera crisis seria de funcionamiento: la Europa de los mercaderes o de los trabajadores se confrontaba en los tabloides y las declaraciones políticas. Europa era anhelada por griegos, portugueses y españoles para alcanzar el progreso y la modernidad, con la seguridad de representar un definitivo aval para la consolidación de sus transiciones.

Han transcurrido treinta y cinco años de un proceso que todavía pugna por encontrar un relato coherente. La Europa del Sur, y después la del este, alcanzó cotas de desarrollo impensables y consolidó sus instituciones democráticas. Pocos fueron los que se preocuparon por explicar que la construcción europea era capital para alcanzar dichos objetivos. Tampoco se fomentó como se hubiera debido una defensa del proyecto europeo. Ha crecido el euroescepticismo y algunos miembros han llegado a plantear la revisión de los acuerdos, la parálisis de su funcionamiento o la salida de la organización, como hemos comprobado con el Brexit.

En las últimas horas los medios han informado de la aprobación, por abrumadora mayoría, de unos presupuestos que plantean unas políticas e inversiones sociales más ambiciosas que nunca. De hecho, la recuperación económica del país y, con ello, la superación de buena parte de nuestros problemas políticos depende en gran medida de las ayudas planteadas por Europa en los próximos años.

Defender Europa es también defender España.

Manuel Ortiz Heras. (A la memoria de mi padre).

 
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