¿Mutantes en los aviones?

Las Palmas de Gran Canaria

La gestión de la crisis sanitaria incluye tomar las decisiones más apropiadas para evitar el alarmismo o el caos. Y acusar de este modo, aún más, el alterado estado de ánimo de la ciudadanía.

Lo ocurrido en Europa a raíz de la nueva cepa detectada en Reino Unido ha puesto en evidencia, sin embargo, que los gobiernos de nuestra Unión son incapaces de tomar decisiones encaminadas a atemperar los nervios de sus gobernados.

Se ha criticado a España, también aquí en Canarias, por no cerrar a cal y canto nuestros aeropuertos a la llegada de vuelos británicos. Como si cada uno de ellos fuera portador per se de una bomba de relojería con mutantes del coronavirus. Un mutación, por cierto, que probablemente esté ya entre nosotros. Y que al parecer no es ni más grave ni más mortal, aunque sí se trasmite de forma más rápida.

Ahora mismo somos, todos y cada uno de nosotros, caldo de cultivo para entrar en estado de pánico a la mínima de cambio. Es algo sobre lo que deberían reflexionar las autoridades antes de lanzar cualquier medida. Aunque me temo que buena parte de ellas responde a algo que viene caracterizando la gestión de esta pandemia: una pasmosa falta de serenidad institucional.