
En todas partes cuecen habas
El miércoles pasado a mí se me quedó la misma cara que a usted, mientras veía los sucesos del edificio del Congreso de Estados Unidos. No me lo podía creer. Un tipo con pieles y cuernos fotografiándose orgullosamente tras el atril del poder legislativo de la mayor potencia del mundo, de la democracia más antigua del planeta. Una vergüenza absoluta.
Pero al poco tiempo me acordé de que, a pocos kilómetros de mi casa, este verano una banda de impresentables parecida a la de Washington había intentado entrar también en el Bundestag. La diferencia es que no había sesión, no intentaban parar la actividad democrática, sino conquistar un símbolo. La imagen, sin embargo, era la misma: una horda de extremistas arremetiendo contra la democracia.
A los pocos días, con la cabeza algo más fría, me acordé de otro episodio que a ustedes les pilla más cerca y del que este verano se cumplen 20 años. Fue el 23 de julio de 2001. El entonces responsable de urbanismo de Córdoba, José Mellado, se reunió a mediodía con representantes de una de las muchas parcelaciones ilegales que rodean el núcleo urbano de Córdoba. No consiguieron lo que querían, Mellado se sintió presionado y no hubo acuerdo. La protesta de los parcelistas que se habían concentrado fue a más. Era una imagen curiosa. El edificio de la gerencia de urbanismo no hacía mucho que había dejado de ser un cuartel de artillería y, en ese momento, estaba ocupado por unos cien parcelistas que increpaban al político responsable mientras bajaba la escalera. Él se estaba limitando a dos cosas que se deben esperar de un político: cumplir la ley, lo primero, y cumplir con la agenda política para la que lo habían elegido. Pero a aquellos señores y señoras, que también había, no les pareció bien e, igual que en Washington o Berlín, decidieron recurrir a la violencia. Uno de ellos, a pesar de la escolta y de que Mellado no se dejó provocar, consiguió darle un puñetazo. No fue a más, pero el puñetazo se lo llevó entonces también nuestra pequeña democracia local.
Aquellos días no había twitter, ni facebook, ni instigamiento previo. Sólo egoismo por parte de unos pocos.
