'Cien años del nacimiento de Carmen Laforet', por Pepe Belmonte

Murcia

El centenario, en este 2021, de la muerte de doña Emilia Pardo Bazán, una de las mejores escritoras europeas del siglo XIX, mujer culta, aristocrática, rica, monárquica y conservadora, además de amante de Pérez Galdós, no debería ensombrecer la conmemoración del primer centenario del nacimiento de Carmen Laforet, esa narradora que todos conocemos, sobre todo, por la que pasa por ser una de las grandes novelas españolas del siglo XX, titulada Nada.

Un título muy significativo de lo que representó una época en la que la nada, precisamente, y la angustia presidieron la vida de unos españoles que se vieron, de golpe, bajo la opresión y los caprichos de una férrea dictadura, con la complicidad de una Iglesia que despreció a los pobres y a los perdedores y se alió, muy interesadamente, con el poder.

Laforet, que era una mujer muy guapa por aquellos años, poco habladora y un tanto enigmática, sorprendió a todo el mundo con un relato autobiográfico, ambientado en la Barcelona de los cuarenta, en donde se dejaba patente el vacío de aquellos años, el miedo de los españoles de aquel tiempo, con una juventud un tanto perdida y unos ciudadanos que sólo se dedicaban a recordar los estragos de una guerra que nos heló a todos el corazón, como decía el poema de Machado.

Con Nada Carmen Laforet ganó la primera convocatoria del prestigioso premio Nadal de novela en 1944, en medio de un ambiente de hombres, de escritores varones, y de una sociedad que no daba la menor oportunidad para que se hiciera notar el mucho talento que atesoraban las mujeres.

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Carmen Laforet, por méritos propios, sin ayuda de nadie, se unió así a unas pocas privilegiadas –como las escritoras Rosa Chacel y Elena Fortún, la filósofa María Zambrano o la pintora Maruja Mallo, todas ellas en el forzoso exilio– que lograron, a base de trabajo, a base de constancia y de mucha inteligencia, hacerse notar en una España inculta y pacata en donde las señoras, según se apreciaba en la publicidad de la época, le ponían las zapatillas al sufrido marido al llegar a casa y le preparaban una deliciosa copa de coñac, que sólo era cosa de hombres.

Pepe Belmonte