La rocambolesca historia de la caída de Cristina Cifuentes solo podía terminar con una frase a su altura, con Francisco Granados citando a Confucio (a su manera). Aquel día de abril, el ex secretario general del PP madrileño acudió a declarar a la Audiencia Nacional por el caso «Púnica». Ante los periodistas, inició una alocución con rostro afligido para referirse a la dimisión de la presidenta Cifuentes -anunciada dos días antes-. De la pena, «porque ningún ser humano» merece tal bochorno, Granados mutó sin poder evitarlo a una ligerísima sonrisa y, parafraseando al sabio chino, dijo: «Hay una frase que me gusta. Si buscas venganza, cava dos fosas». En realidad, la marcha de Cifuentes, que así despachó Granados, solo cerraba el primero de los capítulos. Vendrían más, incluyendo el que este lunes comienza con ella sentada en el banquillo ante la Audiencia Provincial de Madrid; pero aquel fue el más rico en giros y personajes. Implicó a una universidad -pegando serios bocados a su prestigio-, profesores, rector, enemigos, documentos falsos, carreras por los pasillos y hasta una cadena de supermercados que se llevó una multa. Tiempo después, se rebuscó con paciencia en el nutrido cajón de odiadores de la presidenta para encontrar a los autores de la filtración del vídeo que la derribó. Apareció en las teorías el aliño de todos los relatos oscuros de las últimas décadas, el nombre de Villarejo como elemento flotante en la trama, sin que se supiera bien a quién servía ni en virtud de qué -a su más puro estilo, vaya-. Y acabó saliendo a la luz, por boca de Granados ante el juez, una relación sentimental entre ella e Ignacio González -expresidente al que trató de defenestrar- que terminó con abominación mutua; un supuesto dossier, fruto del espionaje, que contenía información sobre una joven cleptómana Cifuentes -ladrona en el Colegio Mayor Caro, según tres testimonios-, la existencia de otros vídeos de carácter sexual y hasta la afirmación de que la presidenta practicaba el vudú con sus rivales. Si lo hacía, ellos pincharon mejor. Estos son algunos de los momentos más recordados de aquel mes en que «la republicana» del PP fue atravesada por el escándalo y un vídeo -que pudo aparecer por despecho o venganza o quién sabe- le dio la puntilla. Un drama tan sucio y pintoresco tenía que dar vídeos como este. Ha pasado un día desde que eldiario.es haya publicado la primera información: que Cifuentes logró de forma mágica que dos de las asignaturas del máster que había cursado pasaran de «No presentado» a «Notable» dos años después de la calificación. Conocido esto, la presidenta de la Comunidad de Madrid sale al paso en Twitter. Móvil en posición vertical y una voz cantarina: «Para atrás no hay que dar paso ni para coger carrera», dice sentada en el despacho, con el perro Milú observándola fijamente desde la esquina de un cuadro. «A los que queréis que me vaya, no me voy, me quedo, me voy a quedar, voy a seguir siendo vuestra presidenta». Mano a la boca, la presidenta lanza un beso «mmmua», uno sonoro, y «hasta mañana». Vendría después la sorna, facilitada por tantas vueltas en tan poco tiempo, y hasta alguna canción. Cifuentes ha emprendido una carrera furiosa, cada vez más llena de órdagos. Si las informaciones indican que se matriculó en el máster tres meses después de que empezara, ella anuncia querellas. Ante los medios, denuncia repetidamente una campaña. La persiguen, no aclara la alianza en su contra, porque entre otras cosas se atrevió a meter mano en el pozo de brea de la corrupción. Aquí es donde vuelan -lo seguirán haciendo en un futuro-, como en todo cuento de intriga, los nombres. ¿Quién quería acabar con ella?, ¿quién ganaba?, ¿quién tenía cuentas pendientes? La ex Delegada del Gobierno y pronto expresidenta ya señala a su partido. «Yo estoy siendo objeto de ataques feroces. Bueno, del Partido Popular de Madrid también. Ataques más bien despiadados. La lucha de mi gobierno contra la corrupción, levantar alfombras, abrir ventanas, regenerar la vida política y las instituciones afecte a quien afecte y caiga quien caiga... Indudablemente tiene un alto precio, yo lo sé, lo sé bien». Pero seguía afirmando con rotundidad que había cursado el máster de Derecho Autonómico de la Universidad Rey Juan Carlos (URJC). Las dudas sobre cómo cursó el máster la presidenta aparecen por múltiples frentes. La oposición plantea una sesión extraordinaria en la Asamblea, el director del instituto de la URJC huye por los pasillo de la universidad del micrófono de la SER. «¿Hizo Cifuentes el máster?» -le preguntan-. «Pregúnteselo a ella» -responde-. Cifuentes acude a la Asamblea y niega cualquier irregularidad. «Demostrado, demostrado, y demostrado, señorías, no porque lo diga yo, que también, lógicamente, sino que demostrado con documentos y lo ha confirmado la propia universidad» y mientras dice esto agita papeles con el sello de la URJC. «La defensa duró poco porque había un tiempo limitado, es decir, la defensa no consiste ni mucho menos- para quienes no hayan hecho- en una lectura sino en un resumen», explica en el mismo pleno la presidenta a los demás diputados. Trata de justificar que pudo acudir a defender su trabajo de Fin de Máster, pese a que aquel día ella ejercía en su cargo de Delegada del Gobierno y la casualidad quiso que en las calles de Madrid se celebrara la victoria de España en la Eurocopa. Fue corto, lo del trabajo, argumenta, duró poco y la policía dirigía el operativo. Pero los papeles que movía en la Asamblea, como cargando de oficialidad su relato con las sacudidas, se iban resquebrajando. El mismo día 4 supimos que el acta del Trabajo de Fin de Máster se creó en pocas horas, ad hoc, falsificando dos firmas. El 5, la profesora Alicia López de los Mozos, una de las firmantes, remite una carta a la universidad en la que señala que nunca formó parte de ese tribunal. El 6 el catedrático Enrique Álvarez Conde, director del máster, reconoce que aceptó un encargo del rector de la URJC para «reconstruir una hipotética acta» del tribunal de evaluación. Todo se desploma; pero Cifuentes se mantiene firme. No piensa dimitir. Cursó y aprobó aquel máster. Los indicios en su contra se han acumulado durante semanas. Ella aguanta la marea -«no van a poder conmigo»-, acude a una Convención Nacional del PP en Sevilla. Se muestra en público tan convencida y Rajoy tan esquivo a exigirle la marcha, que llena de vida su agonía. Ciudadanos, que la apoyaba para gobernar, aprieta al PP para que se la quite de en medio, el PSOE aprueba una moción de censura. Nada la mueve. Pero llegó aquel vídeo. Las cremas de Olay, 40 euros en potingues que tumbaron su Gobierno. Después de los espionajes, los affaires atribuidos, los pactos con la santería, el máster que pareció nunca serlo, después de todas las guerras, a Cifuentes la mató una compra en el Eroski, «un error involuntario», dijo. Unos minutos en el cuartucho de atrás de un supermercado, con puertas metálicas como de salida de emergencia, luces blancas y naranjas, bloques helados por pared, un tipo regordete pidiéndole que no se haga la remolona, que revise de nuevo el bolso, y ella lo hace, y encuentra otra crema, y le obligan a vaciarlo por completo. Cuenta las monedas, paga los cosméticos y se marcha. Siete años después, los que el vídeo permaneció guardado, Cifuentes vuelve a marcharse. Podía soportar que la acusaran de robar el conocimiento, pero no la belleza.