Buena y mala gente

Palencia

Hemos dicho en mil ocasiones durante los últimos meses que esta pandemia ha sacado, probablemente, lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Nuestra parte más solidaria pero también, en algunos casos, no solo la parte más irresponsable sino también la más egoísta y la más rastrera de algunas personas.

Tristemente me tengo que centrar en esto último a la luz de las últimas noticias que me hacen sentir vergüenza ajena. Cada día conocemos nuevos nombres de personas que se han saltado los protocolos previstos en el proceso de vacunación. Indecente. Indecentes.

No me sirve ninguna explicación. No me sirve ninguna excusa.

Sencillamente es algo que pisotea la ética y que convierte a quienes lo han hecho en oportunistas. A los que no dimitan hay que echarlos sin contemplaciones. No me sirven. No nos los merecemos. La ciudadanía necesita otra cosa. He escuchado y leído en algunos lugares hablar de ello como parte de la picaresca española. Perdonen no son pícaros son sencilla y llanamente sinvergüenzas.

Como la vida suele darnos una de cal y otra de arena, esta semana también tuve mis pequeñas grandes alegrías: disfruté de ese momento largamente esperado en el que un ser tan peligroso para la humanidad como Donald Trump se alejaba por fin de la Casa Blanca. Disfrute total. El mundo no se merece personajes como ese que ha plagado de insensateces su tiempo de poder poniendo como broche final ese día surrealista en el que se asaltó el Capitolio. Aún trato de borrar esas imágenes de mi cabeza.

Y mi segunda gran alegría fue un pequeño gesto, de esos que llenan los ojos de lágrimas de emoción y dibujan una sonrisa durante muchas horas en el rostro. Se lo cuento. Durante los últimos cinco años cada viernes yo era la responsable de una actividad extraescolar con un grupo de niñas y niños para aprender a entender nuestras emociones a través de la comunicación. La actividad, como tantas otras, ha sufrido un parón obligado aunque espero que podamos recuperarla lo antes posible. Pues bien, el pasado viernes estos maravillosos peques me citaron en la Plaza de la Inmaculada y me entregaron, pertrechados tras sus mascarillas y manteniendo la distancia de seguridad, un paquete. Al abrirlo fue difícil reprimir mi emoción. Era un lienzo en el que habían plasmado la palma de sus manos con colores para que pueda seguir teniéndolos muy cerca cada día.

¿No les parece un regalo sencillamente mágico? Lo he colgado en mi oficina y cada vez que lo miro recupero mi fe en el ser humano. Sé que escuchar sus nombres en esta emisora les hará ilusión, aunque nunca tanto como a mi su sorpresa. Se llaman: Paula, Victor, Miriam, Gabriel, Alba, Diego y Tania.

Estoy convencida de que serán unos adultos de esos que harán que el mundo sea un sitio mejor para vivir en él.

Solo puedo decir, gracias.

Mañana comienza el cribado masivo en nuestra capital. Es un momento de responsabilidad colectiva. Alli nos vemos ¿vale?.