La caída de Trump y sus lecturas en España

Albacete

El fin de la historia no es ni agradar, ni conmover ni proporcionar recetas de conducta, sino simplemente saber. El frenético ritmo de los acontecimientos y el clima imperante como consecuencia de la fatiga provocada por la pandemia no deberían ocultar las consecuencias de fenómenos de gran calado para el presente. El fallido golpe de estado perpetrado en el capitolio norteamericano nos puede recordar el que padecimos en España el 23 F de 1981 que, por suerte, no hemos vuelto a padecer. Una cosa es incentivar la protesta y la denuncia a través de la movilización social y otra muy diferente y deleznable es saltar las líneas rojas del juego democrático y asaltar el poder, literalmente, con subterfugios y añagazas en las que, en defensa de principios fundamentales, se llega a utilizar al ejército o la corona.

Al menos, muy pocos entonces se atrevieron a restar legitimidad al gobierno de la UCD que estaba cambiando a su líder, Suarez, por un experto y culto político que ha pasado a la historia con más pena que gloria, Calvo Sotelo. La democracia salió reforzada del envite.

Las lecciones de la legislatura que acaba de terminar en EE. UU nos llevan a aquella primera vez que aquí se negó la legitimidad del gobierno salido de las urnas, el 14M de 2004, tras la tragedia de los atentados de Atocha, después de una torticera y miserable manipulación de acontecimientos que actuaron en contra de aquel gobierno que se presentaba a las urnas convencido de su victoria. La segunda ha sido más reciente, el 10N de 2019, con el resultado de un primer gobierno de coalición. La campaña utiliza descalificaciones insidiosas contra los nacionalistas, ahora estigmatizados otrora compañeros de viaje, y los podemitas, como fuerza antisistema por su origen en el 15M y sus críticas al régimen del 78 y, en concreto, a la monarquía, convertida ahora en piedra de bóveda del actual sistema.

La oposición del Partido Popular se ha caracterizado por su agresividad y deslealtad al gobierno, hasta convertirse en un problema para la gobernanza y no en un baldón fundamental para sostener y afianzar al sistema democrático. Para ello ha contado con el apoyo de importantes medios de comunicación y, a menudo, de grupos de presión que, como el ejército, no han sabido adaptarse al juego democrático y no terminaron de romper con sus orígenes franquistas y privilegiados.

En esa dinámica los descalabros sufridos en los últimos años, acosado por sus innumerables casos de corrupción y por la dramática merma sufrida por la división en el seno de la derecha -Ciudadanos y VOX al alimón-, sus dirigentes, después de la moción de censura, marcaron una peligrosa senda que les acercó al trumpismo y los movimientos iliberales, populistas y radicales. Es la posverdad y el enorme poder de las redes sociales. Hay que ser muy cautos con las invocaciones a la libertad -de expresión, por ejemplo- y el apoyo a mayorías ciegas movidas por la desesperación, la desinformación, la ignorancia y la manipulación porque se puede acabar con la democracia.

Apostar por una mejor alfabetización política redundará en mayor responsabilidad ética y cívica que nos ayudará en esta difícil coyuntura.