Barra libre de test de antígenos en las universidades madrileñas
La Cadena SER ha comprobado que cualquiera puede hacerse la prueba, aunque supere la edad de cribado, fijada entre los 18 y los 29 años. En la cola coinciden contactos estrechos que confiesan no poder esperar a que les llamen desde el centro de salud, viajeros en busca de salvoconducto gratuito o jóvenes que han salido y quieren "estar seguros" para ver a la familia
Madrid
El campus sur de la Universidad Politécnica de Madrid, en Vallecas, está desierto a primera hora de la tarde de un jueves. Solo hay actividad en torno al pabellón deportivo. En la puerta, todavía cerrada, nace una incipiente cola. De momento solo hay tres personas, pero aún faltan veinte minutos para que el personal del Hospital Gregorio Marañón, certero pero cuidadoso, comience a introducir hisopos en narices ajenas. En realidad, terminarán siendo cuarenta minutos.
Se presupone que van a encontrarse apéndices nasales jóvenes porque este es uno de los siete puntos de cribado que ha instalado la Comunidad de Madrid para hacer test de antígenos a jóvenes. El único requisito es tener entre 18 y 29 años. Lo cierto es que se encuentran muchas narices jóvenes, pero unas cuantas que ya arrastran las marcas indelebles del paso del tiempo.
Es el caso de Teresa, la primera de esa fila. Tiene 64 años y no es una jubilada que haya decidido envejecer de forma activa, mientras estudia esa carrera que siempre le atrajo. No, no ha compartido aula con jóvenes que puedan estar infectados. Su caso es mucho más mundano. “Mi hija, con la que convivo, ha dado positivo esta mañana en este test”, nos cuenta angustiada. Teresa y sus hermanas se turnan para cuidar a su madre, de 92 años y en cuidados paliativos, así que se ha venido “sin cita”. “He estado hablando con mi hija y dice que me va a llamar mañana o pasado mañana la doctora; pero yo no puedo esperar por el tema de mi madre”, aclara. Teresa es lo que se llama un contacto estrecho y, en cualquier caso -tanto si da positivo, como si da negativo-, debería estar guardando una cuarentena mínima de diez días.
Unos metros más atrás está el segundo en esta particular parrilla de salida. Toni, de 51 años, ha venido para “quedarse tranquilo”, una expresión que se repite de forma frecuente independientemente de a quién se pregunte en la cola. “Mi mujer ha pedido cita a toda la familia y hemos venido hoy”, nos cuenta. Se enteraron de la existencia de estos dispositivos por su hija y una sobrina, que ya han pasado la prueba. “Afortunadamente todo fue bien”, dice aliviado.
Toni no tiene la apariencia de un joven menor de 29 años y tampoco intenta disimular su edad. No le hace falta, nadie la pregunta. Solo lo hace el sistema informático de petición de citas, en el que hay que introducir la fecha de nacimiento, pero que no bloquea ninguna solicitud en función de las primaveras que acumule el paciente. Una vez en el lugar de las pruebas hay que mostrar dos veces el DNI: la primera, en la puerta, para verificar que el nombre de la cita coincide con el del ciudadano que se ha personado; la segunda, en el momento de expedición del volante, a apenas unos metros de la zona de extracción de muestras. Nadie da el alto y eso que la fecha de nacimiento figura hasta en el informe de resultados. Es una prueba de cribado, en la que no se cumple el único criterio de cribado: la edad.
Cristina sí la tiene. Esta canaria, de 26 años, es la siguiente en la fila. “Lo necesito porque voy a viajar a Tenerife y me lo piden”, comenta. Canarias pide una prueba diagnóstica negativa para los viajeros de la Península que quieran entrar en las islas. Una prueba de este tipo cuesta unos 45 euros en una clínica privada. No es la única joven que acude a hacerse el test antes de un viaje. Marta espera ya aferrada a una maleta negra. “He estado haciendo los exámenes presenciales y me voy a casa, con personas de riesgo”, relata esta joven salmantina de 20 años.
Estas pruebas nacieron con la idea de procurar un retorno seguro a las aulas madrileñas a los jóvenes tras las vacaciones de Navidad, pero los retrasos acumulados en su puesta en marcha -por la culpa de Filomena- han acabado invirtiendo el orden de los factores. Varios de ellos nos cuentan que se someten a ellas para quedarse tranquilos tras los polémicos exámenes presenciales en las universidades madrileñas, que han provocado denuncias de aglomeraciones por parte de estudiantes en las redes sociales.
El grupo de edad entre 15 y 24 años es el que presenta una incidencia acumulada más alta a 14 días, por encima de los 1.246 casos por cada 100.000 habitantes. Pablo es uno de los que busca respirar aliviado. “Si quiero ver a mi abuela, prefiero estar seguro”, cuenta este estudiante de 19 años que se enteró “por un correo de la uni”. En su caso la inquietud no solo nace de la multitudinaria evaluación de enero. “Acabé exámenes, salimos -a festejarlo, se sobrentiende-, y por si acaso”, resume sin dar muchos detalles.
Solo una persona se va del campus sin poder hacerse la prueba: Teresa, el contacto estrecho de 64 años que no tiene cita. Un sanitario le comunica que “sin cita no se hacen pruebas”. Ella, impotente, no entiende nada: “Pero si le he preguntado a tu compañera y me ha dicho que esperara a un hueco”. “Ella es una administrativa”, le espeta. Nada ha cambiado. Bueno sí, una cosa. Ahora hay un cámara y una reportera de Telemadrid, que trata sin éxito de conseguir que Teresa le permita grabar su historia.
Javier Alonso
Periodista. Licenciado por la Facultad de Ciencias de la Información de la Univesidad Complutense de...