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El problema catalán

La firma de Manuel Ortiz Heras, Catedrático de Historia Contemporánea

Cadena SER

Albacete

Hasta hace apenas un año, entre las principales preocupaciones de los españoles estaba el encaje de Cataluña. Las elecciones del día 14 recuperan un problema que nos remonta al pasado. El sentimiento de patria como identidad existía previamente al propio catalanismo político, se apreciaba en los hábitos cotidianos y convivía con la identidad española.

El catalanismo político moderno se articuló durante la Restauración, tras la experiencia federalista de la I República, junto al galleguismo, el andalucismo y el nacionalismo vasco. No es un movimiento único ni homogéneo. Está formado por un conjunto de fuerzas diversas enfrentadas a una dialéctica permanente con el marco general español. La opción mayoritaria del catalanismo era una república federal. Luego vendría la frustración del campo conservador catalanista por no poder insertar a las élites catalanas en el Estado.

Fue una revisión desde la periferia que partía de la aceptación del doble patriotismo español y catalán. Era el problema de España. Pero la finalidad del autogobierno no era aislarse en una pequeña nación catalana, sino trasformar España dando más protagonismo a la periferia. Companys declaró en 1934 el Estado catalán dentro de la República Federal Española, no la independencia de Cataluña. En ese momento, como se reconocía por parte de un sector importante del republicanismo español, Cataluña representaba mejor que nadie la defensa colectiva de toda España.

Es impensable la conquista de la democracia tanto en 1931 como en 1977 sin la fundamental contribución del catalanismo que colaboró con el Estado, marginando o abandonando los proyectos independentistas más radicales. Convergencia i Unió lo fio todo al desarrollo de un Estatuto de autonomía. Pero todo el catalanismo, incluido el de Esquerra, participó en proyectos comunes para España. Aunque muchos han querido explicar las autonomías como expresión del federalismo español, realmente, éste no ha existido nunca, sobre todo, el plurinacional.

El cambio llegó con Aznar al frente del PP y su giro españolista. Sin embargo, también influyó la crisis de 2008, el resultante descontento social y la irrupción de nuevas generaciones en la política. Además, los problemas internos de CIU y los efectos de sus políticas económicas ultraliberales obligaron a cambios de estrategia y enfrentamientos entre los propios catalanistas que impulsaron una huida hacia adelante. Hasta 2012 el independentismo no se hizo mayoritario con parte del catalanismo decidido a dejar de intentar cambiar el Estado para cambiar de Estado.

Las identidades se construyen y cambian. No se basan sólo en elementos culturales tradicionales, también en cuestiones de bienestar y transformación social. Hoy el mito melancólico ha calado profundamente en una parte de la sociedad y va a costar mucho invertir ese sentimiento porque se ha ido muy lejos en el enfrentamiento y se ha simplificado extraordinariamente el nivel de debate y análisis con relatos esencialistas, simples y teleológicos, hasta producir fatiga nacionalista. El procés representa la ruptura del pacto territorial de la transición en Madrid y la del consenso catalanista moderado de Cataluña. El independentismo es el principal horizonte de esperanza disponible para muchos catalanes y habrá que abrir la mente y cambiar el guion para admitir reformas constitucionales y de arquitectura institucional.

 

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