Historia del pionero comedor social de Vitoria de 1932
En 1932 se inauguró un establecimiento público dedicado a facilitar raciones de comida a los más necesitados, a un precio simbólico
Vitoria
A principios de los años treinta del pasado siglo, Vitoria deseaba poner en funcionamiento un establecimiento público que facilitara diariamente comida a un precio asequible a los ciudadanos que se encontraban en situación económica precaria, por sus bajos salarios o por la falta de trabajo.
El concejal Javier Elorza, visitó los comedores que ya funcionaban en Donostia con el mismo fin, para de esa forma conocer su funcionamiento y copiar aquello que se considerara interesante para Gasteiz. Allí le informaron que el coste sólo de los alimentos, sin incluir gastos de personal, costaba a la institución 73 céntimos por ración y que la comida se facilitaba de forma gratuita. También le contaron que diariamente los comensales rompían una cantidad apreciable de vajilla, lo que aumentaba ligeramente el capítulo de gastos.
El Ayuntamiento de Vitoria fue el impulsor de la institución del comedor vitoriano, que una vez de entrar en funcionamiento, utilizó una plantilla de nueve operarios, contando para su sostenimiento con la colaboración económica del propio Ayuntamiento, de la Caja de Ahorros Municipal, de la Diputación Foral, y de personas particulares que colaboraban aportando mensualmente una cantidad fija.
Al ente se le dio el nombre de “Comedores Económicos”, y fue creada una Junta Administrativa para regir la institución, que estaba compuesta por representantes del Ayuntamiento, de Diputación, de la Caja de Ahorros, de organizaciones obreras y de los colaboradores particulares.
Fue establecido el precio del menú, mas bien simbólico, de sesenta y cinco céntimos de peseta, teniendo en cuenta al fijarlo tan sólo el coste de la compra de los productos. Al igual que en la capital guipuzcoana, estos eran adquiridos a mayoristas, para conseguir el mejor precio.
Como orientación, respecto al coste de los alimentos en 1932, año en que entraron en funcionamiento los comedores, tomamos del diario Heraldo Alavés, los precios a los que se vendían algunos artículos en el mercado de la Plaza de la República y en la Plaza de Abastos: patatas, a 0,30 pesetas el kilogramo; manzanas, entre 0,60 y 1,20; castañas, a 0,35; naranjas, a 0,60; cebollas, a 0,90; puerros, a 0,60; merluza, a 5,50; besugo, a 3,20; angulas, a 8; sardinas, a 2. Por su parte los huevos costaban 3,50 pesetas la docena.
El edificio
El Comedor Económico de Vitoria, ocupó un edificio situado en la esquina de las calles Samaniego y Cercas Bajas. La casa había sido utilizada años antes, según Venancio del Val, como escuela municipal y parque de bomberos, en este ultimo caso según relata, entre los años 1841 y 1910.
Una imagen del Archivo Municipal de 1895, verdadera joya y de las mas antiguas, refleja uno de los ensayos efectuados por la plantilla del cuerpo contra incendios en la calle Cercas Bajas, frente al edificio en cuestión que ocuparían lo comedores. Se puede observar que la escalera extensible que se utilizaba, alcanzaba un tercer piso.
La casa fue reformada totalmente para habilitarla como comedor. La dependencia donde se elaboraban los menús era similar a la de un gran hotel de lujo de los de entonces, con una cocina de hierro fundido semejante a la “cocina económica” que se utilizaba en los domicilios, alimentada con carbón y leña, pero en este caso de grandes dimensiones. El local era amplio, y sin dificultad se podría colocar otra cocina más, con las mismas dimensiones que la instalada. Por su parte se habían adquirido los últimos adelantos del momento, entre otros, maquinas eléctricas para pelar patatas y cortar el pan.
El salón comedor, con vistosos azulejos y focos eléctricos, era capaz de albergar a 300 personas sentadas. Sin embargo se decidió no utilizarlo y por tanto no adquirir mobiliario, por lo de la previsible rotura de vajilla que supondría un gasto añadido. Por ello, se suministraba la comida en un local anexo a la cocina, donde operarias de la institución entregaban a través de una ventanilla las raciones individualmente, a los hombres y mujeres que hacían cola provistos de cestas, bolsas y recipientes. Los alimentos se recogían para ser consumidos en casa.
Se contrató como cocinero a Francisco de Lafuente, profesional de gran experiencia, que había prestado sus servicios durante 26 años en el prestigioso restaurante del desaparecido Hotel Quintanilla de la calle Dato, uno de los dos mas elegantes de la ciudad en el tiempo que estuvo abierto. Serían sus ayudantes Ignacio Angulo y Jesús Garibay.
La inauguración
Haciéndolo coincidir con el aniversario de la República, el día 14 de abril de 1932 se inauguraron las nuevas instalaciones.
A la una de la tarde, en el amplio comedor, que para esta ocasión si contó con mobiliario, tomaron asiento primeramente veinte ciegos que especialmente fueron invitados, la mayoría de los cuales vivían en el Hospicio y en el Asilo Provincial (1).
Acudió al acto una larga lista de invitados que superaba la treintena, que representaban a las autoridades políticas, militares, policiales, judiciales y religiosas.
El alcalde Teodoro González de Zárate dirigió unas palabras a los presentes, de las que entresacamos las frases dirigidas a los invidentes, a los que dijo que a iniciativa de un filántropo barcelonés se les obsequiaba con unos bastones de color de blanco que además de ayudarles a caminar, les servirían como distintivo en las calles.
Dado que, como se ha dicho, no se disponía de vajilla en las instalaciones, dos particulares, Pedro Cobas y Francisco Calzón, dueños respectivamente del café Suizo Moderno y del Hotel Biarritz y restaurante El Caserío, cedieron desinteresadamente los platos, cuchillos, tenedores, vasos y todos los utensilios necesarios, para comer.
El cocinero Francisco de Lafuente y las ayudantas Ángeles Ortiz, Gregoria Andino y Felicia González se esmeraron en la elaboración del menú para la ocasión, que fue el siguiente: paella a la valenciana, merluza en salsa, ragut de cordero a la bordelesa, filetes con patatas fritas, vino Laorden, queso, frutas, café, licores y cigarros puros.
Ese primer menú oficial en la historia de aquellos comedores, fue servido a los asistentes a la inauguración por el camarero Jesús Páramo, perteneciente a la plantilla del Café Moderno, ayudado por el personal del comedor y miembros de la Junta que regía la institución.
Para que los comensales disfrutaran de un ambiente relajado, el quinteto musical dirigido por Enrique Arámburu, amenizó la comida ejecutando bonitas piezas. Enrique era un afamado pianista y organista, que participó en conciertos con Jesús Guridi, obteniendo la plaza de pianista en marzo de 1930 en Casino Artista Vitoriano. Uno de los quintetos que dirigió estaba formado por él mismo que, además de llevar la batuta, tocaba el violoncelo acompañado de Luis Estévanez y Román San Martín (violines), de Ignacio Armentia (flauta) y de Teodoro Achaerandio (piano). Entre sus diversas actuaciones, recordaríamos, las ofrecidas en el “Gran Café Suizo” de la calle Dato y en el Casino Artista Vitoriano.
Julián Bajo
En agosto de 1932, Julián Bajo, administrador de los comedores, daba cuenta de algunos ajustes realizados para que los mas necesitados pudieran tener más facilidades al adquirir la comida elaborada en los comedores, explicándolo de esta forma en el diario La Libertad: “Siendo el fin primordial de los Comedores Económicos el sostenimiento de la clase necesitada a base de una buena alimentación a un precio de coste reducidísimo, y teniendo conocimiento la Junta Administrativa de la misma, por indicación de la opinión pública, que aún no se ha llegado a aliviar en su totalidad a los más necesitados, quienes por el número excesivo de familia no pueden sobrellevar ese gasto diario, después de un estudio en el que se ha tomado como base el presupuesto diario de familias compuestas de seis a doce personas, y los jornales actuales, desde el primero de junio se amplió la Cocina Económica creando raciones supletorias del primer plato al precio de veinte céntimos y haciendo una bonificación de un descuento de un veinte por ciento a aquellas familias compuestas de seis o más personas que lo solicitasen y que previo informe lo necesitasen.”
El menú era variado y se confeccionaba utilizando productos de temporada, publicándose todos los días de la semana en el tablón de anuncios de la institución y en la prensa. De lunes a sábado se facilitaba la comida por la mañana, y la cena por la tarde, y el domingo solo había servicio de mañana.
A los cuatro meses de su apertura se suministraba ya una media diaria de 380 raciones completas, más 30 supletorias, y entre los usuarios había ocho familias acogidas al descuento del veinte por ciento.
Como no, los usuarios aumentaban en número cuando el menú se consideraba interesante gastronómicamente hablando, o cuando se ofrecía una comida extra en fechas señaladas que incluía platos estrella como cordero, callos, merluza, etc. La afluencia de gente era mayor los domingos, posiblemente porque normalmente los obreros entonces cobraban su salario el sábado y disponían de efectivo.
Las instalaciones y el personal de que se disponía estaban preparados para suministrar diariamente 800 raciones de cada plato y se calculaba que en ese caso tardarían en despacharse una hora escasa, utilizando dos operarios para su entrega.
Respecto a la posición social de las personas que recogían la comida, Julián Bajo escribía lo siguiente: “Hay el rumor público, y por cierto muy infundado, de que se beneficia quien no lo necesita. Yo creo que quien tal piensa así, está muy mal informado, pues todavía no he visto a ninguna persona de la clasificada entre la clase media que asiduamente venga al comedor.
Además que, a mi juicio, hay gente de la clase media tan necesitada como la del obrero que percibe un jornal diario. Si entre ésta clase media no existiese el perjuicio del “que dirán”, y el de formar la cola donde les viesen solicitar y recoger la comida, probablemente daría un contingente de raciones doble que la actual.”
Indicaba seguidamente los problemas que, en su opinión, resolvía a la gente el Comedor Económico: “Uno, aliviar la crisis obrera, no de trabajo, sino económicamente, ya que suponiendo el jornal mínimo, suministrándose del Comedor Económico y acogiéndose a sus beneficios puede muy bien defenderse.
El otro problema que resuelve, es el aminorar el contingente de enfermos en el Hospital; probablemente en muchos de ellos, el origen de su enfermedad es una alimentación escasa y poco nutritiva. En la Cocina Económica, según opinión técnica, la ración completa de mediodía y de tarde es suficiente para el sostenimiento de una persona adulta y de trabajo activo diariamente.”
Quince meses después de la inauguración, -agosto de 1933- , había aumentado sensiblemente el numero de raciones suministradas por el comedor, siendo un total de 19.281, lo que daba una media diaria de 622. En marzo de 1935 se batió el récord de raciones facilitadas, ya que ascendían al millar diario.
Habrán visto que las fotos que aquí aparecen de la cocina, del comedor y del local de entrega de las raciones son en blanco y negro, tal y como aparecen los originales facilitados por el Archivo Municipal, pero no he podido resistirme a colorearlas para poder observar detenidamente los diferentes colores, tanto de la vestimenta de las personas, como de las baldosas, la azulejería, la cocina, la pintura de las paredes, etc.
Los informáticos elaboran programas que hacen maravillas, como es el caso, donde se analiza la escala de grises, para convertirla en los diferentes colores.
Biblioteca popular
En el piso primero del edificio de los Comedores Económicos se abrió al publicó el 6 de mayo de 1932 una biblioteca popular que abría sus puertas todos los días de la semana, y que estaba dirigida por el archivero municipal.
Se mantenía con una subvención anual del Ayuntamiento de mil pesetas, a las que había que añadir aportaciones de particulares. Particulares también eran los que habían donado parte de los 670 volúmenes de que se disponía. Una cifra modesta que sin embargo atraía a los interesados en la lectura.
Los lectores principalmente lo eran de edades comprendidas entre 20 y 30 años, que al poco de abrir el local ocupaban diariamente la totalidad de los 25 asientos disponibles, por lo que unos meses después hubo que ampliarlos a 50, dada la afluencia de publico.
Las personas que acudían eran formales y responsables. No existía en la sala vigilancia alguna, y los lectores directamente cogían de las estanterías los libros que les interesaran, sin que en los primeros meses se registrara ninguna sustracción.
La iniciativa de la creación de la biblioteca había sido del concejal José María Susaeta, perteneciente al Partido Republicano Radical-Socialista, siendo su principal valedor Teófilo Martínez, Presidente del Consejo local de Primera Enseñanza y de la Comisión de Instrucción Pública del Ayuntamiento.
(1) Lista de los ciegos asistentes al acto: Eulogio Echevarría, Lucio Lázaro Belandia, Ricardo Víctor Alnoza, Agustina Fernández, Antonio Arrieta, Segunda Díaz de Heredia, Casiano Hernández, Bernabé Sáez Castillo , Pedro Olivares González, Sergio Alfonso Pérez, Faustino Barredo, Sebastián Iturrieta, Leoncio Arana Alonso, Marcelo Ansótegui Albaina, Julián Agüera Samaniego, Alejo Montoya Chinchurreta, Policarpo Ansótegui Albaina, Domingo Alcorta, Pablo Uranga y Gervasio García.