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Indiferencia

La indiferencia es un virus social más letal que el COVID. El virus social más peligroso, porque lo alimentamos y extendemos sin reparar en sus irreversibles consecuencias

La firma de María José Aguilar Idáñez, Catedrática de Trabajo Social y Servicios Sociales

Cadena SER

Albacete

Cuando el 14 de marzo del año pasado se declaró el estado de alarma, eran 136 las personas muertas a causa del COVID-19. Hoy, once meses después, son casi 65.000 fallecidas con COVID (eso sin contar los miles que han fallecido por no haber recibido diagnóstico o tratamiento a tiempo para otras enfermedades a causa de la saturación de los servicios sanitarios por COVID).

Pero lo único que ahora parece preocuparnos son los bares. Ese lobby, el de la hostelería, que pareciera más vital que los servicios de la salud.

Varios miles de personas en la Cañada Real de Madrid, entre ellas 1.800 niños y niñas, siguen sin luz. Hay otros barrios con cortes de suministro eléctrico en edificios enteros de manera recurrente, como en el Barrio Norte de Granada, por ejemplo, de los que ni se habla.

Mientras tanto, en Albacete, cientos de temporeros siguen durmiendo al raso.

Parece que sólo nos preocupamos de los muertos y desposeídos cuando son pocos. La paradoja moral es que cuantas más personas mueren o sufren, más insensibles somos frente al sufrimiento humano.

Miles de personas retenidas, sin haber cometido delito alguno, en un campamento infrahumano en Tenerife, donde grandes ONG actúan como brazo armado del Ministerio del Interior. Ese Ministerio que envía a empleados uniformados a disparar a quienes protestan en Linares por la brutal agresión que un padre y su hija de 14 años han sufrido, a manos de sus propios policías.

Cuando quienes tienen la obligación y el deber de proteger, no solo incumplen su mandato, sino que lo retuercen empleando la fuerza y los recursos públicos para torturar, violentar, agredir o dejar morir a tantas personas, nos están lanzando el mensaje institucional de que sólo unas pocas vidas importan.

La indiferencia social es fundamental para que estas políticas de muerte y sufrimiento se toleren y hasta sean bien vistas.

Una indiferencia social que alimentamos cada día con nuestro silencio cómplice sobre lo importante, cuando nos preocupamos más por cuestiones banales que por la vida humana.

Deberíamos saber que, cuando las vidas que no importen sean las nuestras, será demasiado tarde.

 

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