Sociedad

Un futuro incierto, el aislamiento y la falta contacto: causas del aumento de la violencia entre los jóvenes

Uno de los datos más preocupantes que deja la pandemia es el aumento de ingresos -hasta el 20% en hospitales como el Niño Jesús- de jóvenes y menores en las áreas de psiquiatría. Unos problemas que suelen comenzar a ser visibles en casa, con los padres, y que suelen desencadenar episodios de violencia filo-parental.

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El centro Recurra-Ginso cumple diez años ayudando a menores con graves conflictos con sus familias. Dirigido Javier Urra, psicólogo y ex Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, ya ha atendido a cerca de un millón de jóvenes.

En la mayor parte de los casos, atienden a menores que sufren o han sufrido adicciones, trastornos de conducta, maltrato familiar, bullying o, simplemente, han vivido desde muy pequeños lo que Urre llama la 'patología del amor’. Son menores que no se han sentido queridos por sus padres, que tienen carencias afectivas.

Desde el centro intentan hacer que “esos dos imanes que se repelen vuelvan a atraerse”, explica el psicólogo. La clave, dice, “es aprender a colocarlos bien” e ir al fondo del problema y la raíz del conflicto.

Hay casos en los que se dan experiencias muy traumáticas en la infancia, como niños adoptados que han sufrido el desamparo en orfanatos. Pero también se da el caso de familias de alta posición socioeconómica cuyos hijos sienten que el trabajo de sus padres les ha dejado desatendidos.

Esa falta de cariño, o simplemente no sentirse queridos, es lo que les lleva al aislamiento. En ocasiones se evaden con sustancias como el cannabis o las redes sociales, lo que provoca en los casos más graves, la aparición la violencia filo-parental.

Al final es un trabajo del núcleo familiar en el que también deben formar parte los padres. Lo primero, señala Urra, es acabar con la idea de culpabilidad: “La sociedad culpa a los padres por maleducar a los hijos, pero a veces no es tan sencillo”. Así como acabar con la idea de que “un niño es feliz simplemente por serlo”, puntualiza.

La pandemia ha aumentado las llamadas del centro. La falta de contacto, el miedo a perder a los abuelos o a los propios padres, el aislamiento y la incertidumbre sobre el futuro que les espera, son algunas de las razones que el psicólogo expone como germen. Una mala canalización de estrés y los sentimientos puede atraer hacia estos comportamientos a los más jóvenes.

Es el caso de Juan, con 16 años ingresó en Recurra-Ginso y, después de un año, su vida ha dado un giro. Ahora estudia mecánica y se prepara para hacer frente al mundo laboral cuando la pandemia acabe. Una forma, dice, “de aprovechar el tiempo” y seguir trabajando la relación y el vínculo con sus padres. “Ahora siento que me entienden más porque también han formado parte del proceso”, asegura.

Lo más importante al final de estas terapeas es “que quieren quererse”, afirma Urra. Este es el primer paso para conseguir que el 80% de los jóvenes que han pasado por este cetro hayan podido cambiar su conducta y recomponer el vínculo con sus familias.

 
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