Diario de una adolescente en tiempos de covid: "Un presente que no necesite rebuscarse en el pasado"
La arandina María González López nos encandila una semana más con sus letras

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Aranda de Duero
Esta noche, lejana y cerrada, se me esfuma entre los dedos hasta convertirse en niebla. Las horas de los relojes seevaporan entre la pureza de las paredes y abrazo la soledad hasta clavarmela nostalgia en el pecho, como una bala a quemarropa.
Trato de recordar tu risa para no escuchar este concierto de silencio a teatro vacío. Resuena tan alto como los segundos que siguen a las bombas, el te quiero que no se continua y el adiós que no se pronuncia. Es el Réquiem de Morfeo, donde nadie baila.
Si la rememoro, un chispazo de la tuya prende la mía, y todo parece un poco más claro, devorando la negrura de este presente contaminado de miedo.
Indagando en los restos del calendario, encuentro los días de verano donde el sol nos perseguía dibujando nuestras sombras unidas. Me da tiempo a colarme en un recuerdo y verte dar un sorbo a la cerveza mientras me miras curioso, estás tan guapo como siempre, aunque nunca lo admitas. Arrebañando agosto, me topo con un laberinto de calles que arrasamos burlándonos de la pena en bocanadas de valentía, verdaderamente las volvería a recorrer de tu mano.
Otoño se meció, como las hojas de los árboles en su caída, en un cúmulo de emociones que aún no se destapar, películas de final feliz y tu nombre estrellándose en la definición de suerte.
La banda sonora de diciembre eran canciones del rock viejo antes de merendar y el olor a frío en las chaquetas. La nieve de Filomena y todas las fotos de carrete que gasté, se esparcieron por enero, antes de que el invierno se descongelara en las flores de los almendros.
Hoy, poniendo en jaque a febrero, se me mezclanentre las sábanas frías los sueños antes de caer en el olvido.
Amanece, la noche se colorea, tañen los pájaros y aparece el sol de la infancia de Machado manchando los tejados.
El insomnio está crudo de paz, los despertadores tienen las agujas arrancadas y el alto al fuegose apagaporque nos enseñaron a pedir perdón antes que a agradecer.
Reivindicó el lo siento por encima de mis propios versos, aún sabiendo que ni gritándolo romperá el silencio.
Barajeo los meses, guardándome un puñado de días buenos bajo la manga. Soplo la niebla en un intento banal por encontrar la mañana anterior enquistada en la ciudad.
No aparece, pero sí se ilumina un día en las ventanas. Suficiente para arrancar los ojalá sde mi boca y cultivar en mis manos un presente que no necesite rebuscarse en el pasado.
Maria González López




