Cuando muere un amigo
Ángel Martínez comparte una interesante reflexión tras la pérdida de César, un gran amigo

Ángel Martínez / Cadena SER

Aranda de Duero
No soy de lágrima fácil o mejor dicho, no era. Desde que subo en años mi sistema límbico se ha debilitado o activado más fácilmente con los hechos o acontecimientos emocionales.
Hace unos días moría mi amigo César, arandino de pura cepa. Había juntado amor y amistad para entregarlo a su familia y a los demás con bondad y verdad en el marco de un humor especial. Como veis un programa de vida resumido en una frase pero que no tiene desperdicio.
César sabía contar el chiste preciso, el chascarrillo adecuado o el comentario humorista acomodado para acompañar las cosas más insignificantes, haciendo brotar una sonrisa sincera y comunicativa de paz y bienestar, sin ofender, dejando que el humor bromeara con la vida y haciendo los encuentros más agradables.
No nos damos cuenta de la importancia que tienen estos amigos para dulcificar la vida, alegrarla, llenarla de optimismo y romper los pesimismos propios de los momentos difíciles.
Dice la canción: “Algo se muere en al alma, cuando un amigo se va. Y va dejando una huella que no se puede borrar”. Pero mucho más, cuando son amigos que te acompañan bromeando y haciendo quiebros al toro duro y seco de los acontecimientos diarios.
César me ha enseñado con su vida tantas cosas, sin discursos ni palabras huecas, con su actitud y su matera de ser. Ha sido amigo de sus amigos, bueno, generoso, servicial, atento y dispuesto a echar una mano ante cualquier adversidad.
Qué más podemos pedir. Que su ejemplo y vida nos ayuden a ser mejores en estos tiempos confusos, inciertos, donde perdemos el horizonte y hasta los valores.
Descanse en paz él y su bondad.




