Refugio de amor de María Moreno en el Falla

Cádiz

Aunque arropada y elevada a los altares en la Bienal de Sevilla, María Moreno tiene en Cádiz su particular refugio. Es un refugio lleno de amor, como le canta El Bola en la última bulería de su espectáculo More No More. Y es un amor que ella recibe de la gente que la quiere y la admira, de su público. Pero es un amor que devuelve con genio, rabia, temple, lágrimas y risa. La bailaora gaditana abrió este viernes 5 de marzo la programación del Falla de Cádiz. Un teatro que venía de estar cerrado por la ausencia del carnaval que ha traído la pandemia. Y que en hora y media vio compensado su mes más amargo con el derroche de talento de la de Guillén Moreno.

Como en anteriores propuestas, María Moreno se autorretrata en sus obras. Muestra lo que es y lo que quiere ser. ¿Qué es ahora María Moreno? Es una artista sólida, contundente, con poso. ¿Qué quiere ser? Alguien que crece y no deja de aprender. Por eso se ha rodeado de dos creadores, jóvenes y con talento, como Rafael R. Villalobos, en la escenografía; y Palomo Spain, en el vestuario.

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Villalobos, que se estrenaba en el flamenco con este espectáculo, va a lo sencillo, a elementos físicos básicos, a la importancia de la luz. Cae un pandero con forma de luna, una silla de nea que María Moreno se pone por montera, un cajón al que la bailaora se sube para (si cabe) ser más grande. Spain tampoco se excede en espectacularidad, ajusta con contrastes sus diseños a un espectáculo que apuesta por que el menos es más.

María arranca de blanco y termina de negro. Brillan a su lado todos los músicos, los cantaores Ismael de la Rosa "El Bola" y José Valencia, las guitarras de Óscar Lago y Juan Requena; y las palmas a compás de Roberto Jaén, álter ego de María en sus momentos más cómicos, en los que alivia la solemnidad y suma frescura. "Viva Cádiz y Vip Vaporub". Ambos con capaces de hacer compás del WhatsApp.

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Dice la bailaora que su concepción del flamenco está anclada en el respeto al pasado sin renunciar a la revolución. Es creyente de la convivencia entre lo añejo y lo fresco con absoluta paz. Lo logra en este espectáculo, en el que resuenan los ecos de las maestras, y se perciben las ganas de una artista viva, ambiciosa, que camina hacia delante ya con su propia sombra agigantada, como subraya la iluminación final del espectáculo.

Moreno vuelve a hipnotizar con la bata de cola, en una entrega descomunal de belleza y fuerza en sus giros imposibles con el mantón. Deja uno de los mejores momentos con la soleá. Hasta cuando se queda quieta María Moreno maravilla. Y esa lenta y densa alzada de brazos justo antes de interpretar esa soleá le merecieron un giraldillo en la Bienal. Sobresale también la bulería final con ella como locomotora, ametralladora o taladradora, que termina descalza envuelta en sudor y lágrimas. "Gotas de agua bendita", le cantan.

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El Falla la abraza. Los límites de aforo y las mascarillas siguen marcando el ritmo de un teatro que venía de ese zarpazo a su alegría que era quedarse sin carnaval. No había mejor forma de reabrir este escenario sediento de talento gaditano que con alguien como María Moreno. El público la jalea, la piropea, subraya con aplausos los momentos más espectaculares. Y se vuelca en ovación final.

More No More sigue la estela conceptual de anteriores obras de Moreno, para una artista que, cada vez más expresa con sus ojos, con sus carcajadas, con sus lágrimas. Incluso en sus diálogos con Roberto Jaén se intuye el descaro de alguien con muchos caminos por recorrer todavía. Lo dice ella misma con el juego de palabras de su título en inglés. Hay más Moreno por delante. Mucho más.