Solo un poco (I)

El estilita / Radio Coruña

A Coruña
Todo empezó como suele hacerlo: con una llamada telefónica. Una vieja amiga me contó lo que acababa de ocurrir, que habían matado a una mujer en su casa, en un lugar perdido de Oza-Cesuras. Aparentemente, un caso de violencia de género. Miré el reloj: eran poco más tarde de las ocho de la noche de un viernes y la mayor parte del periódico ya estaba redactado, así que había que decidir qué página retirar. Además, yo no me encargo habitualmente del área metropolitana, solo de la ciudad, así que llamé a mi compañera de área, una madre de dos hijos que había estado trabajando desde casa desde que comenzó la pandemia, y le informé de lo que había pasado. También informé a mis jefes, claro, y llamé a prensa de la Guardia Civil, que me confirmó la noticia, y me dijo dónde había tenido lugar. También me dio la dirección exacta: Vilar de Costoia, y el número. Llamé al fotógrafo, que me advirtió que su turno acababa en menos de una hora.
Pocas noticias hay más importantes que un asesinato. A Coruña y su área es una zona muy tranquila, así que a veces paso un año sin que ocurra ninguno. Hice un par de llamadas, y luego al fotógrafo, para saber si ya tenía mi foto, pero resulta que se había perdido. El primer mal presentimiento me asaltó, amargo como el café que estaba apurando. El fotógrafo habló con mi compañera y luego con su marido, que aparentemente conocía el lugar aún mejor, pero le dieron direcciones contradictorias. Era de noche, el frío y el coronavirus mantenían a los vecinos en sus casas, y no había manera de conseguir indicaciones más precisas. El GPS era inútil, impreciso y después de media hora, el fotógrafo amagaba con irse. Era el primer asesinato del año, y a esas alturas ya sabía que no se trataba de violencia de género. Todo apuntaba a que había sido un robo que había salido mal. La mujer había muerto violentamente a las puertas de su casa, y habían atrapado al sospechoso después de que hubiera sufrido un infarto. Todo eso estaba ocurriendo cerca de mi fotógrafo, quizá justo al lado, pero no tenía ni una sola imagen. Mientras tanto, empezaba a aparecer la noticia en las ediciones digitales de la competencia
Habría ido yo en persona, pero aquello estaba demasiado lejos y estaba casi seguro de que también me perdería. En realidad, siempre me he sentido incómodo fuera de la ciudad y aquello me confirmó mis peores prejuicios sobre esa gente incomprensible que no vive rodeada de asfalto y aceras. Todo alrededor de A Coruña es un lugar extraño y siniestro y recelo de sus habitantes. En mi imaginación, no existe apenas diferencias entre Culleredo y el pueblo más perdido de Lugo, los meto en el mismo saco que esa gente que suelta expresiones como "carallo" y "cagüenla", que escupe en la mano para cerrar sus tratos, que tiene gallos en vez de despertadores, que acude a ferias y que mide la riqueza en vacas. Es más: por mi mente rondaba la sospecha de que habían esperado a que cayera la noche para volver a mover los marcos, lo que tenía entendido que era una de sus costumbres ancestrales. Sabotaje. No era de extrañar que el fotógrafo anduviera perdido y que el GPS enloqueciera.
La foto es la mitad de la noticia e iba a perderla. No podía permanecer sentado, así que caminaba de un lado a otro con el teléfono en la oreja. Hablaba con mi compañera de redacción, con el fotógrafo, con el responsable de prensa de la Guardia Civil, con mi jefa. Les odiaba a todos. Había tenido lugar el primer asesinato del año, puede que el único, la información me llegaba con cuentagotas y el fotógrafo acababa de comunicarme que le habían dicho que sacara una foto del cartel de Vilar Costoia y que volviera a casa. Aquello era una dejación de funciones. Peor: una deserción. Se había cometido un asesinato ¡Un asesinato! Y la gente se comportaba como si hubiera volcado un coche conducido por un borracho que hubiera salido ileso del choque.
Necesitaba otro café. El pulso me temblaba un poco, quizás. Delante de mí se hallaba el único compañero que había acudido a la redacción ese día. Un veinteañero barbudo, con gafas, el tipo más callado que nunca me he echado a la cara, silencioso y eficaz como una navaja de barbero. Hasta su risa es silenciosa. Le grité buscando desahogar mi frustración, buscando un poco de empatía: "¿Es que soy el único al que le importa? ¿Qué ocurre? ¿Es que estoy obsesionado?". Para mi sorpresa, me respondió, con la inocencia pintada en sus ojos: "Bueno, un poco sí, ¿eh?"




