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La lucha por utopías que nos hacen avanzar

La firma de Manuel Ortiz Heras, Catedrático de Historia Contemporánea

Cadena SER

Albacete

Esta semana los debates sobre el feminismo y sus reivindicaciones han copado la atención en medios de comunicación y redes sociales. Atrás quedan las historias de muchas mujeres y colectivos que han hecho posible que las diferencias de género se hayan reducido y que muchas conquistas sociales, antes utópicas, formen parte ya del acervo común de la humanidad, sin ambigüedades ni retrocesos. Se ha producido un irreversible cambio de mentalidad en favor de la igualdad.

Se ha cumplido también el centenario del asesinato, en un atentado terrorista perpetrado por anarquistas, del entonces presidente del gobierno Eduardo Dato Iradier, líder del partido conservador. Fue el tercero de esta naturaleza después de los magnicidios contra Cánovas y Canalejas en 1897 y 1912, respectivamente. Su militancia en el gran partido de la derecha liberal del sistema de la Restauración no le impidió abanderar algunas loables iniciativas como la jornada laboral de 8 horas y, poco después, la creación en mayo de 1920 del Ministerio de Trabajo, en un contexto de aguda conflictividad que vendría a poner prácticamente final a un terrible periodo de violencia que ha pasado a la historia como el trienio bolchevique. Las lecturas de E. Mendoza -La verdad sobre el caso Savolta- o A. Barea -La forja de un rebelde- pueden ser de gran ayuda al respecto.

Los graves errores de Alfonso XIII, también conocido como Fernando siete y media, por sus devaneos con el juego, los negocios turbios y ciertos escándalos de corrupción, dilapidaron un importante apoyo popular. ¿Los motivos? Sus constantes intromisiones políticas y autoritarismo adobadas con notables dosis de frivolidad y falta de empatía con una sociedad empobrecida. Se estaba asentando la democratización y la conciencia de clase, aunque la violencia hizo fracasar el anarcosindicalismo y, por extensión, asestó un golpe de gracia contra el sistema político que se estaba construyendo en medio de nuevos paradigmas que también tuvieron aquí un gran impacto: el socialismo, después del triunfo en Rusia de la Revolución bolchevique de 1917 y del fascismo, que después del triunfo italiano de 1922 arrasó media Europa.

Habían fracasado los diferentes intentos regeneracionistas -¡qué apropiado es hoy leer a Joaquín Costa!- y se había esfumado la bonanza económica consecuencia de la neutralidad española en la I GM, no por nuestro alicaído pacifismo precisamente. La fuerza de los viejos poderes hegemónicos se impuso a las ideas de prestigiosos intelectuales como Unamuno o Blasco Ibáñez que, entre otros, denunciaron los tejemanejes del propio monarca que en una huida hacia adelante apenas alcanzó para apoyar el militarismo de Primo de Rivera. La fugaz aventura del reformismo republicano, poco antes impensable, se convirtió en realidad en 1931, aunque sería nuevamente abortada por la fuerza de las armas y la cerrazón de los reaccionarios.

Cuarenta años de brutal dictadura franquista y otros tantos de experiencias terroristas, algunos de ellos encabalgados, han servido, al menos para que hoy la violencia se haya desacreditado como instrumento de lucha política y se apueste por el diálogo y las urnas en un estado de derecho, aunque algunos se empeñen en llevarnos la contraria.

 

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