Amantes

Algeciras

LA CONTEMPLÉ DE ESPALDAS mientras se ajustaba la falda y se ceñía la blusa. Luego se arregló el pelo frente al espejo y, cogiendo el bolso, se despidió de mí con un beso apresurado. Nos habíamos demorado más que otras veces y era tarde; la aguardaban su marido y sus hijos. —Te llamaré en cuanto pueda —me dijo—. No me olvides. En la puerta me dirigió una sonrisa y salió cerrando suavemente. Yo permanecí en la cama mientras oía el redoble de su taconeo apresurado alejarse por el pasillo. Encendí un cigarrillo y empecé a vestirme lentamente, pensando que aún debía pasar toda una semana hasta que llegara el jueves y pudiéramos vernos de nuevo. Antes de marcharme arreglé un poco la cama, cerré la puerta, bajé por las escaleras y dejé la llave en la recepción del hotel. Al coger el coche pensé que, nuevamente, le diría a mi mujer que se habían acumulado los expedientes y el jefe me pidió que los concluyera, pues era urgente. Al llegar a casa encontré a los niños cenando y a ella aguardándome con resignada paciencia. No hacían faltas explicaciones. Ambos sabíamos lo que ocurría, aunque fingiéramos ignorarlo. L5 Durante la cena intercambiamos pocas palabras; ya apenas teníamos qué decirnos. Sin embargo, al acostarnos, mientras se desnudaba, vislumbré en sus ojos el brillo de una ilusión secreta. Quizás pensaba en el encuentro furtivo de esa tarde. Antes de dormirme yo también recordé, con una sonrisa de satisfacción, la cita de los jueves. Esos encuentros secretos habían salvado nuestro matrimonio cuando, a la deriva de las pasiones, decidimos convertirnos en amantes.