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La vacuna española

La firma de Manuel Ortiz, catedrático de Historia Contemporánea

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Desde hace unos meses, a propósito de la pandemia, todo se ha fiado a la vacunación de la población. Es preciso interpelar a nuestros representantes sobre la incapacidad de producir un fármaco propio. La falta de respuestas positivas nos debe hacer pensar en la deficiente situación de la investigación y la ciencia española.

Ante el grave problema de la fuga de talentos, entre 15.000 y 20.000 investigadores trabajan en el exterior, una reciente encuesta mostraba que el 60% prefería buscar trabajo en otro país antes que regresar. No es de extrañar. La investigación científica está lastrada por años de recortes, burocracia extrema e inestabilidad laboral. Mientras a nuestro alrededor se apuesta por la I+D+i para reactivar la economía, nosotros hemos reducido la inversión pública más de un 12% desde 2009 y sólo el CSIC ha perdido casi dos mil empleados desde 2011.

Conocimos una auténtica Edad de Plata de las letras y las ciencias durante el primer tercio del siglo XX. La Junta para Ampliación de Estudios, promovida por el Ministerio de Instrucción Pública, pagaba a los mejores científicos estancias en las mejores universidades del mundo. En 1906, Santiago Ramón y Cajal recibió el Premio Nobel de medicina por descubrir las neuronas del cerebro. En 1959 también lo obtuvo Severo Ochoa por el desciframiento del código genético, pero dicha investigación se desarrolló íntegramente en EE.UU.

Tras la guerra civil, en el país había 580 catedráticos, 20 fueron asesinados, 150 expulsados y 195 se exiliaron. A México llegaron medio millar de médicos e investigadores de ciencias biomédicas. El franquismo convirtió a España en uno de los países más subdesarrollados del continente en ciencia. Recordarán la frase de Unamuno, "Venceréis, pero no convenceréis". Se desmanteló la investigación científica y nuestro retraso acrecentó la desigualdad. El origen de las especies de Charles Darwin se convirtió en una obra prohibida y la investigación de la evolución humana fue sustituida por Adán y Eva. El CSIC nació en 1939, bajo la dirección del miembro del Opus Dei José María Albareda, para buscar "la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII". Eso sí, presumimos de algunos inventos, como la fregona, en 1956, la enciclopedia mecánica, en 1962, o la jeringuilla hipodérmica desechable, en 1975.

No existió política científica como tal y hubo que esperar a la transición para que se dieran los primeros pasos hacia un sistema que nunca ha sido bien tratado. La solución no pasa sólo por mejorar la financiación. En todo caso, el déficit no está en el sector público sino en el empresarial. Además, el sistema está muy burocratizado en la gestión de la política, anquilosado desde el punto de vista organizativo y envejecido en la población investigadora y se critica la incapacidad del sistema por incentivar a los investigadores y favorecer su reconocimiento social. Por si esto fuera poco, cabe denunciar la desigualdad del sistema autonómico, con comunidades que sí han hecho los deberes y lideran un polo investigador y otras que no están ni se las esperan. Somos el quinto país de Europa en producción científica, pero estamos en el puesto 18 de la U.E. en transferencia e innovación. Y, desde luego, estamos a la cola en filantropía ciudadana para mejorar nuestras prestaciones. Impera el cortoplacismo y se requiere un verdadero pacto de Estado para la Ciencia, que se convierta en un proyecto de país a largo plazo, independiente de los vaivenes de la política.

Acabemos con el famoso ¡que inventen ellos!

 
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