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No hay patente para el sol

La Firma de Javier Blanco

"No hay patente para el sol", la Firma de Javier Blanco

"No hay patente para el sol", la Firma de Javier Blanco

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Coincidiendo con la moción de censura en Castilla y León, el pasado lunes nos ocupamos en esta misma sección del mercadeo político. Parecía obligado hablar de un hecho puntual, sobre todo con los antecedentes vividos en Murcia.

Sin embargo, mi primera intención fue hablar de otro mercadeo no menos obsceno y que al parecer no ceja: el de las vacunas. El pretexto parecía estar claro puesto que ese día se cumplían sesenta y seis años del descubrimiento de la vacuna contra la polio. Y tal y como está el patio en este mercado de la desesperación...

Pues bien, no teníamos bastante con los aprovechados que se colaron para ser vacunados, que también las farmacéuticas nos estaban haciendo trampas: recortaban el reparto de dosis a unos y se la adjudican a otros, solo con criterios económicos. Ahora los fallos de distribución y suministro han obligado a la Unión Europea a retocar el reparto tras el descalabro de AstraZeneca. O sea, que la carrera por recibir el maná en forma de vacunas continúa... y el mercadeo también.

Los ciudadanos seguimos siendo rehenes de la codicia de unas compañías farmacéuticas a las que les interesa más el beneficio económico que salvar vidas. Las vacunas se han convertido hoy en un gran negocio farmacéutico, y en una pandemia se deberían liberar las patentes: no deberían existir ante una emergencia. De hecho, son muchas las voces que exigen a la Organización Mundial de Patentes que se liberen. Y sí, sí se puede. Otros demostraron su esplendidez y desinterés antes.

Frente a ese mercadeo obsceno de las patentes nos encontramos con la generosidad de un virólogo, Jonas Salk, descubridor de la vacuna contra la polio en 1955. Rechazó 7.000 millones de dólares por la patente de su vacuna. Cuando fue entrevistado en televisión le preguntaron a quién pertenecía la patente, a lo que Salk respondió: "Bueno, yo diría que al pueblo. No hay patente. ¿Acaso se puede patentar el sol?".

Salk prefirió donar su trabajo al mundo, salvando así millones de vidas. Poco después lo haría Albert Savin con su variante de vacuna oral, conocida como el "terrón de azúcar", también contra la misma enfermedad. Las dos vacunas librarían a la humanidad de una dolencia de trágicas consecuencias. Y ambos virólogos prefirieron donar el resultado de su trabajo. ¡Todo un ejemplo!

Desgraciadamente hoy ya no quedan Jonas Salk ni Albet Savin en el planeta.

 
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