Ocio y cultura

Diario de una adolescente en tiempos de covid: "Viajar"

La joven poeta arandina María González López nos encandila una semana más con su relato, que en esta ocasión versa sobre esta acción tan poco propia de la actualidad ante tanta restricción

DIARIO DE UNA ADOLESCENTE EN TIEMPOS DE COVID 11

DIARIO DE UNA ADOLESCENTE EN TIEMPOS DE COVID 11 / María González López

Aranda de Duero

Se ha encendido la noche, con todas sus estrellas estampándose contra los últimos pájaros desubicados que rasgan el firmamento de vuelta a sus nidos. Mientras, la luna ha heredado la luz del sol derramándose entre la calima de finales de marzo.

Es ahora cuando el cielo parece una masa de barro indeleble, un teatro de provincia en su última representación, cuando miro cada pedazo de oscuridad buscando la osa mayor, el carro sin ruedas del cuento que tantas veces me leíste de pequeña hasta desatar el nudo de la historia, intentando poner rumbo a un presente en el que nadie sabe de su existencia más allá de un telediario.

Trato de encontrar de regreso a casa entre la negrura de una sombra de pino resguardada en el faro de un coche segundos antes de ser atropellada, los viajes de Semana Santa prohibidos o un señuelo hacia calendarios de vida completa.

Hoy que ninguna calle ha desempolvado sus procesiones de borriquilla y cirio, ni los niños han acabado las gominolas y chocolatinas de una rama seca antes de que llegue un salvador eterno para un mundo efímero de paz, he encontrado la mía propia.

Una carretera secundaria enquistada de baches es un sendero hacia la libertad si los mapas son veteranos de aventuras lejos de un borratajo de color y ciudades.

Un rincón de árboles a las orillas de un río es el refugio perfecto de los exiliados de la rutina, el locus amoenus del que no sabe que más allá de los papeles de una oficina habitan los de las fotografías en los álbumes de la vida que sobrevive por un sueldo.

Las canciones en directo de los conciertos de coche y disco desgastado cuando el que se equivoca es el cantante, son el himno de la alegría más puro, propio de enredarse hasta en la garganta del eco.

En ocasiones, los frontones de pueblos escondidos de la velocidad de la sociedad se convierten en mundiales estadios para los que saben presenciar una competición de balones desconchados y zapatillas polvorientas.

Los parques, las plazas y fuentes viejas albergan entre sus piedras la historia de meriendas de risa y anécdotas capaces de vivir hasta las generaciones siguientes.

Viajar no es un verbo autóctono de las playas de Cancún, las aceras de Nueva York ni los museos de París, se adapta a un coche ataviado de cachivaches, un mapa que engorda de recuerdos y ganas de conocer de verdad.

Para huír de esta realidad corroída por la monotonía tan sólo hace falta saber apreciar los momentos en los que respiramos de ella.

 
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