El Sporting desaparece en una jornada clave
Espeso en ataque e irreconocible en defensa, el Sporting cae merecidamente por primera vez en El Molinón
Gijón
Si el Sporting le hubiera ganado al Mirandés, con el gol de penalti de Djurdjevic, la inmensa mayoría hubiera dado por bueno el paupérrimo partido que hizo el equipo gijonés este domingo. El fin habría justificado los medios a ojos de casi todo el sportinguismo. Quizás ese no sea el análisis más justo, pero es humano e inevitable. El problema es que esta vez la moneda salió cruz y, con toda justicia, el Mirandés se llevó la victoria del hasta ahora inexpugnable feudo rojiblanco. Una cosa no quita la otra: el Sporting está haciendo una gran campaña pero, ante el Mirandés, el equipo ofreció su peor cara. No es un drama pero es una pena, porque de haber ganado el equipo habría consolidado aún más su posición de playoff y habría quedado a un solo punto del tercer puesto.
Sería inadecuado decir que el Sporting fue a perder el día que menos se esperaba. O quizás resulte revelador escuchar esa reflexión, porque era absolutamente engañosa y propiciar un exceso de confianza que sí se palpaba en el entorno y que David Gallego trató de evitar de puertas para adentro. El Mirandés ha demostrado durante toda la temporada que es un buen equipo, muy bien trabajado por José Alberto López. Y si bien es cierto que no llegaba a El Molinón en las mejores circunstancias, estas sí le permitían alinear un equipo sobradamente competitivo, ya que la incidencia del brote de COVID afectaba especialmente a una línea: la defensiva. De mediocampo para arriba el equipo era perfectamente reconocible.
Quizás para intentar meter presión añadida a los jóvenes centrales del Mirandés, el Sporting salió avasallador. El problema es que la actitud duró diez minutos. Fue tiempo suficiente para que Aitor García, en una temporada en la que está especialmente fallón, perdonara una ocasión clarísima con toda la portería de cara y su defensor tirado en el suelo, y para que Djurdjevic no aprovechara un buen pase atrás de Nacho Méndez, enviándolo al lateral de la red.
Y hasta ahí llegó el Sporting, que perdió el gas como una lata de refresco abierta. En lo que quedaba de primera parte, solo existió un equipo: el Mirandés. Tuvo el balón, generó ocasiones, obligó a trabajar a Mariño. Los visitantes se habían soltado los complejos (en realidad nunca los tuvieron) y estaban más cerca del gol que un Sporting espeso, cansino, que llevaba al extremo esa paciencia que a veces es virtud y otras veces se convierte en tedio. Solo Manu García dejaba destellos de calidad, con pases que en la sub 21 le convierten en el mejor pero que cuando viste de rojiblanco no resultan tan efectivos por falta de socios. A la media hora de partido, el Sporting no había chutado ni una vez a puerta, mientras que su rival lo había intentado tres veces. Precisamente fue Manu García el primero que lo intentó, con un disparo desde fuera del área.
Siguiendo el guion habitual de los últimos encuentros, parecía que el Sporting intentaba dar un paso adelante en la segunda mitad. Manu volvió a intentarlo nada más arrancar la reanudación, pero su zurdado se fue cerca del palo.
Quienes piensan que el Sporting está bendecido y que todo le sale de cara vieron reforzada su teoría con la acción que acabaría en el gol rojiblanco. En cuestión de tres minutos se pasó de festejar el gol de Babin a temer por su anulación y, posteriormente, a celebrar el tanto de Djurdjevic de penalti. El central aprovechaba un balón rebotado tras un golpe franco para marcar. En la revisión del tanto se observaba que Babin golpeaba el balón con la mano pero, antes de eso, el central Meseguer también golpeaba con el brazo, de espaldas al balón y de forma totalmente involuntaria. En este fútbol reinventado a raíz de la aparición del VAR, eso es mano en el área y, por tanto, penalti. Así lo decidió Gorostegui Fernández tras revisarlo minuciosamente en el monitor, aplicando el orden cronológico a la jugada. Djurdjevic, gris en el partido, no perdonó y marcó desde el punto de penalti su vigésimo primer gol de la temporada.
Era, en teoría, el escenario ideal para el Sporting: con ventaja en el marcador y la posibilidad de dar un paso atrás, aguantar y cazar alguna contra. Pero no era el día. El equipo estuvo irreconocible en defensa y el Mirandés lo aprovechó. Moha Ezzarfani, que había salido fresco, volvía loco a Bogdan. Primero remató ligeramente alto un centro de Víctor Gómez desde la derecha. En la siguiente, su compañero Cristo le vio por el retrovisor y, de tacón, le habilitó para que entrara a placer y marcara ajustando su disparo, con el interior, a la cepa del palo.
Cinco minutos después, todavía en shock y seguramente firmando el empate, el Sporting vio cómo Iván Martín se aprovechaba de la falta de entendimiento entre Diego Mariño y Marc Valiente para marcar el segundo. El portero pidió el balón, pero Valiente no le escuchó o no le hizo caso, dejando vendido a su compañero con un mal despeje que, por mala suerte, fue a parar a las botas de un jugador rival, mientras Mariño trataba de volver a la portería.
David Gallego se lió la manta a la cabeza y cambió a medio equipo para intentar la reacción, pero no era el día. El Sporting caía por primera vez en casa (con toda justicia), veía cómo finalizaba su racha exitosa (diez jornadas sin perder) y perdía la posibilidad de situarse a un punto del Almería.
David González
Vinculado a SER Gijón desde 1998. Director de SER Deportivos Gijón y voz de los partidos del Sporting...