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Conmemorar la II República

La firma de Manuel Ortiz Heras, Catedrático de Historia Contemporánea

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Albacete

A los noventa años de su proclamación, cuesta trabajo entender que la II República sea un periodo de nuestra historia cargado todavía de tanta polémica. La idea de que España sería católica y monárquica, por antonomasia, nos ha marcado y condicionado hasta la náusea. Frente a esa supuesta conformación genética, el laicismo y el republicanismo se han considerado, por el relato hegemónico, como perversos y muy negativos. Poco ha importado que las dos experiencias republicanas de nuestra historia contemporánea se plantearan como prioridad la democratización del país.

Si la primera, en 1873, fue efímera y enfrentó a federalistas y unionistas con una mayoría conservadora refractaria a los cambios que proponía un todavía débil republicanismo, la segunda se ha asociado tradicionalmente con la guerra civil de 1936. El franquismo y sus epígonos han estado siempre obsesionados por legitimar su golpe de estado que dio lugar al enfrentamiento fratricida. Durante 40 años los vencedores tuvieron tiempo de falsear la realidad adaptándola a su propaganda. La víctima propiciatoria fue un experimento político que nació en olor de multitudes y resultado de un agotamiento del anterior sistema político, la Restauración. La corrupción, el caciquismo, el autoritarismo, la desigualdad social, la falta de empatía con nacionalismos alternativos y el descrédito de la monarquía y la propia Iglesia católica eran parte del problema.

Sin embargo, sobre la República se han vertido todo tipo de descalificaciones al igual que sobre sus principales responsables, por cierto, acusados de ¡inexpertos e intelectuales! De hecho, el binomio República-Guerra Civil sigue predominando en los manuales escolares como una relación inexorable causa-efecto. Que eso siga así guarda mucha relación con la ignorancia y una pertinaz manipulación histórica. En 1931, España no era una excepción en aquel panorama político de sistemas parlamentarios en crisis acosados por el fascismo y la revolución social. Constitución, elecciones libres, sufragio universal masculino y femenino, nuevas relaciones laborales, gobiernos responsables ante el parlamento eran las características de la democracia entonces. No era fácil conseguirla y menos consolidarla.

Por primera vez en nuestra historia, una constitución muy adelantada a su tiempo proclamaba que la soberanía residía en el pueblo "del que emanan todos los poderes de los órganos del Estado"; la familia estaba bajo la salvaguardia especial del Estado y, aunque admitía el divorcio era inflexible con la obligación de alimentar, asistir y educar a los hijos; regulaba la expropiación forzosa en condiciones muy parecidas a las actuales e impedía la pena de confiscación de bienes; y establecía una enseñanza primaria gratuita y obligatoria con la que sofocar la lacra del analfabetismo; el laicismo no era anticlerical y el reconocimiento de las autonomías era tan oportuno que en 1978 apenas se discutió.

Pero la II República duró poco más de cinco años. Por medio, una clara divisoria entre el reformismo político y social del primer bienio y el gobierno radical-cedista del segundo, que, sobre todo, paralizó aquellas iniciativas, en particular, la reforma agraria, y generó mucha animadversión entre los más necesitados. Y, para terminar, un gobierno del Frente Popular que sería torpeado por los golpistas desde su inicio, aunque nunca hubiera una revolución roja en ciernes, como ellos argumentaban. Eso no impide que se sigan utilizando mitos justificativos como la Revolución de 1934 o la violencia política, que cuando se ha investigado fehacientemente ha demostrado que las víctimas fueron sobre todo braceros y obreros afines al sindicalismo y la izquierda.

Después de tantas investigaciones, sin militancias ni estridencias innecesarias, aquella República debería ser reconocida por sus indiscutibles valores democráticos, cosa que no llegará hasta que la derecha española no revise su argumentario. Cuando eso ocurra, este país habrá normalizado su Historia.

 
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