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Diario de una adolescente en tiempos de covid: "Castilla"

La adolescente arandina María González López nos regala un fantástico relato sobre nuestra comunidad para el día de Castilla y León

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Aranda de Duero

Este pedazo de tierra amplio y seco, amurallado por las montañas y resquebrajado por las grietas que dejan a su paso los ríos y arroyos entre los campos de cereal, se adormece hasta desaparecer en el olvido de medios, gobiernos y conciencias.

Siempre que hablo de Castilla se me encallan en las entrañas el orgullo y la rabia a la par, mezclándose en un sentimiento agridulce único que se acompasa en el latido de mi corazón al ritmo de tambores de guerra.

Tengo la inmensa suerte de ser castellana, de verter sobre los caminos de Machado mis pasos creyendo llegar más allá del pasado, de tener clavadas mis raíces en este mapa de pueblos en peligro de extinción y sin embargo repletos de historia, y de saber encontrar entre las ruinas de lo que fuimos lo que podemos volver a ser.

A pesar de ello, Delibes tenía razón cuando encerraba a golpe de saliva la realidad en una frase “Si el cielo de Castilla es tan alto, es porque lo levantaron los campesinos de tanto mirarlo”. A día de hoy, solo los pájaros y algunos aviones despistados se atreven a rasgarlo, derribar la lluvia y hacer brotar la vida. Las vides elevan sus brazos rebuscando entre las nubes un remache para la esperanza. El resto continuamos limitándonos a seguir en procesión a un lobo disfrazado de perro pastor en un puñado de discursos baratos.

Pronto, dentro de siete pueblos más hechos carne del recuerdo, seré una inmigrante más en mi propio país sin que ningún político se preocupe aún por los que seguís alumbrándoos con las sombras pudiendo encender de nuevo el Sol.

Este mar de cereal naufraga en sus propias oleadas de viento, suspirando por ahogar este presente desangrado de vida. No quedan niños para colonizar los parques de risa, los jóvenes somos escupidos en la tinta de una nota de corte y la escasez de trabajo de esta tierra, mientras los ancianos continúan haciendo sobrevivir a las zonas rurales custodiando el legado que se deshace esperando resurgir entre el vacío.

Las capitales de provincia tampoco resistirán los asedios de soledad que se acercarán hasta desdibujarlas en puntos de luz difuminados en la oscuridad de la despoblación. Las catedrales encalarán sus sillares con el polvo del abandono, los castillos aprenderán a ser eco en una historia de caballeros y de nuestras calles tan solo quedará el frío impregnado en los edificios.

Quién volverá a domesticar estas ciudades, a alimentar con costumbres sus plazas y mirar a los ojos a sus estatuas leyendo sus hazañas.

Los bares se enterrarán en leyes que siembran el hambre en la boca de sus dueños, los que más vida llevan a la espalda cargan con el peso de que les arrebaten la sanidad en sus pueblos y entre los caminos de Machado también se arroparía la A-11.

Hace mucho que los relojes dejaron de pararse a las ocho y nos permitieron darles cuerda para un par de horas más, un resquicio de libertad gracias a la justicia. Ahora somos los encargados de extender el tiempo que le queda a nuestra tierra.

No nos olvidemos de dónde venimos para saber hacia dónde nos dirigimos. Castilla somos nosotros y la alzaremos hasta el cielo aprendiendo a mirar de nuevo.

 

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