La revolución de los claveles en España
La firma de Manuel Ortiz Heras, Catedrático de Historia Contemporánea
Albacete
Ensimismados en "lo nuestro", prestamos poca atención a acontecimientos que nos han marcado por el mero hecho de sernos supuestamente ajenos. Es además proverbial el desdén con el que seguimos tratando a nuestros vecinos portugueses a pesar de los innumerables factores que compartimos. En los años setenta del pasado siglo nuestras historias se acercaron y desde entonces hemos empezado a mirarnos de manera más empática, aunque nos queda mucho por mejorar.
En abril de 1974 los portugueses pusieron fin a una dictadura longeva -48 años- y muy peculiar -el salazarismo- después de dar carpetazo a sus interminables guerras coloniales. Angola, Mozambique, Cabo Verde, Guinea Bissau, Santo Tomé y Príncipe, Timor y Macao. "A verdadera dimençao de Portugal", rezaba la leyenda que aún mantenía sus sueños de grandeza imperial. El episodio ha pasado a la historia como la Revolución de los Claveles, por las flores que los soldados lucían en sus fusiles. Un hecho que cambió las relaciones de Europa con África, todavía en plena guerra fría.
Aquel 25 de abril, con una banda sonora inequívoca, Grândola, vila morena, presenció un golpe de Estado democrático e incruento, cuyos ideales sólo se cumplieron en parte: la rendición del dictador Marcelo Caetano y el restablecimiento de las libertades acompañado de una euforia popular sin precedentes. Los protagonistas fueron los militares progresistas, sobre todo capitanes, hastiados de aquellas contiendas interminables, pero también estimulados por la democratización. Con una mili de cuatro años, la mayoría de familias tenían algún miembro combatiendo en África, vivían en la miseria y el 30% eran analfabetos; el 40% del presupuesto nacional se destinaba a esas guerras que lastraron el desarrollo social y económico durante 13 años; las opiniones públicas contra el régimen o la guerra eran severamente castigadas; las prisiones estaban llenas de presos políticos, los líderes de la oposición en el exilio y la huelga prohibida.
La dictadura franquista estaba en plena crisis y la oposición seguía con detenimiento la situación lusa como un preludio de lo que podría pasar aquí con un dictador moribundo. La repercusión fue inmediata, sobre todo, entre las embajadas europeas. EE.UU se había visto sorprendida por la propia revolución lisboeta y la presencia de comunistas en el nuevo gobierno. Se temía un posible contagio en países como el nuestro, pero también en Italia, Grecia o Turquía en plena crisis del capitalismo. La respuesta fue favorecer proyectos y líderes moderados en la Península Ibérica para evitar una guerra civil de consecuencias imprevisibles. Se planeó una importante ayuda económica y se favoreció la integración portuguesa en Occidente y su presencia en la OTAN. A partir de aquí las cosas serían diferentes para España, donde los americanos aplicaron una supervisión sistemática como definiría Gerald Ford: "acción preventiva para que no se nos adelanten los acontecimientos". Fue así como se elaboró y perfeccionó un modelo reformista de llegada de la democracia en el cual la liberalización tenía preferencia sobre la democratización. A partir de 1977, darían comienzo en firme las negociaciones para la entrada de ambas naciones en la CEE que firmaron entonces un Tratado de Amistad y Cooperación.
Conviene un estudio de historia comparada para dejar de mirar al vecino por encima del hombro.