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La anestesia social que nos deja ciegos

Elena López en el estudio improvisado en su salón / Radio Coruña Cadena SER

A Coruña

Si algo ha puesto de manifiesto esta pandemia es que somos animales de costumbres, domésticos, de los de corral... pero hoy no, hoy no voy a hablar de la inmunidad de rebaño, a pesar de que tanto nos ha gustado el término, del borreguismo, ni siquiera de las anteojeras que, como a los caballos, a veces nos intentan poner, y nos colocan, con la receta bien pautada de la dosis miedo. Pero no, a poco más de una semana de que finalice el estado de alarma y de que seamos un poquito, sólo un poquito, más libres, la Xunta ha puesto el foco una vez más en los mayores.

Tras anunciar que habrá un nuevo modelo de residencias, del que no tenemos claro ni cómo, ni cuando, ahora la administración pretende tejer redes sociales, no administrativas, para que siempre haya alguien pendiente de aquellas personas que vivan solas. De si tardan poco o mucho en bajar a por el pan o de si esa vecina que hace días que no sale a la calle se encuentra bien. Tras una pandemia que nos ha prohibido el contacto, ahora son las propias administraciones las que se dan cuenta de lo necesario que es. Y no hablo de estas personas que viven solas porque quieren y les gusta, intentando explicar siempre que no es impuesto, que cada día se dan cabezazos para hacer entender que ser soltero y sin hijos también es una opción de felicidad.

Y es que somos animales de costumbres, pero también de grupo, y por mucho que nos quieran instalar redes sociales tras una pantalla, una de las cosas que más se ha echado de menos en esta pandemia es no poder ver, tocar y sentir cerca a nuestra manada. El día a día nos engulle y nos sumerge sin dejarnos respirar en una especie de anestesia social que nos deja ciegos como a esos caballos con orejeras. Seguro que muchos de nosotros recuerda ese hallazgo, entre sorpresivo y vergonzante, de ver caras en las ventanas cercanas a las nuestras de gente que no conocíamos. Ese momento del confinamiento en el que, de repente, tras esa cortina beige salía una persona que nunca jamás te habías parado a mirar. Y te observabas como miembro de una comunidad de seres anónimos que en ese momento estabais unidos por un aplauso. Hoy ya no hay unión, tal como vino, se fue. Con la semivuelta a la normalidad hemos vuelto a ponernos la venda en los ojos. Ya no da tiempo a pararse a ver quién vive a nuestro lado. Volvemos a la costumbre inicial en una sociedad del corto plazo y de plazo corto ¿Será que en realidad somos animales salvajes y solitarios pero acostumbrados al redil? Díficil reflexión para estos tiempos en los que el bien o el mal ajeno se ve a través de los filtros. Sobre todo el del bien. A éste se le pone purpurina.

Semana 34 de esta atípica vuelta. En busca de la normalidad, si es que aún existe. Que la radio no pare.

 
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