Sociedad

Diario de una adolescente en tiempos de covid: "Autocrítica"

La joven arandina María González López comparte su crónica de un domingo

DIARIO DE UNA ADOLESCENTE #17

DIARIO DE UNA ADOLESCENTE #17

Aranda de Duero

En ocasiones, beso la boca del lobo, aun sabiendo que sus dientes son una cárcel perfecta cuando sonríe. Rebusco entre los astros la Luna, revolviendo las constelaciones renuevo el firmamento, me pincho con las estrellas hasta dar con la Luna fundida en una misma noche huérfana de Morfeo.

Seguramente continúen rellenándola de banderas, política y cohetes, ennegreciéndola todavía más, mientras desde la Tierra, ciegos, seguiremos haciendo apología de la impaciencia y los fanatismos. Aun así el lobo continuará aullando y nosotros pillándonos los dedos en puertas que aún no nos han abierto.

La realidad es tan poderosa que se ha adueñado de los sueños. Me despierto, es demasiado temprano hasta para el insomnio, los debates de promesa y escupitajo de populismo y los recuerdos sin fotografía.

Amanece, las noticias del telediario se resbalan entre seísmos de despertadores que no respetan un domingo y todo sabe igual de amargo que los suspensivos de una llamada, los cafés completamente solos y el último aplauso de una función.

Resulta extraño, hay personas que son hogares aun con las legañas haciendo de visillo entre los ojos, la piel salpicada de sol y los brazos construyendo la pared de un abrazo.

A pesar de ello, de tener un pueblo de hogares y no ser ocupa de ninguno, hoy no consigo orientarme, saber dónde termina la autocrítica y comienza la opinión ajena. Lo memorizo como una frontera entre las dictaduras y las democracias, sin un mapa que las gobierne o un muro que las diferencie, solo pasos de distancia entre tu calle y la mía, centímetros de reloj entre voces o kilómetros de espesura entre la niebla.

Es lo único que sacó de conclusión en esta sala de espera del lunes sin paella ni chistes malos sobre la mesa, la reflexión de un día con las horas tan anchas como el radio del planeta y los pensamientos tan enredados como un laberinto de setos sin podar.

Perdóname, es domingo y esta ciudad sigue con los tejados despeinados de palomas y barnizados por la lluvia, sin estar domesticada por paseos de parejas, niños o ancianos de cachaba y caramelo, ni tiene estiradas sus avenidas de terrazas y puestos de flores. Es tarde y nadie ha salido a colonizarla, tan solo ha sido regada por esta lluvia intermitente que no hace crecer a los edificios ni a las casas viejas.

Todo parece una calcomanía de la hora anterior, menos los protagonistas de orgullo y prejuicio que se besan después de que el Titanic aprenda a desempolvar icebergs. Hay caníbales de parchís y jugadores de mus con las cartas del tarot y las que prometí escribirte y nunca empecé empeñando la suerte y el destino.

Nosotros que oremos como un perro sin dueño el hueso de la memoria tras hacer inventario de todas las anécdotas familiares que se convirtieron en nuestro cuento favorito de niños y nos quedamos a ver cómo engordan las nubes hasta romper el cielo de rayos y truenos.

Por lo demás no hay mucho que contar, esa es toda la crónica de un domingo cualquiera que sirve para diferenciar las semanas, esos peldaños hacia el futuro de los calendarios al bajar, meses, años y épocas.

Ahora solo me queda una cama donde terminar de enterrarme en sábanas que no arden, un colchón despoblado y el sabor de la ciudad sobre la persiana. Ven, tengo ojitos de sueño y ya te veo.

En ocasiones, beso la boca del lobo, aun sabiendo que sus dientes son una cárcel perfecta cuando sonríe. Rebusco entre los astros la Luna, revolviendo las constelaciones renuevo el firmamento, me pincho con las estrellas hasta dar con la Luna fundida en una misma noche huérfana de Morfeo. Seguramente continúen rellenándola de banderas, política y cohetes, ennegreciéndola todavía más, mientras desde la Tierra, ciegos, seguiremos haciendo apología de la impaciencia y los fanatismos. Aun así el lobo continuará aullando y nosotros pillándonos los dedos en puertas que aún no nos han abierto. La realidad es tan poderosa que se ha adueñado de los sueños. Me despierto, es demasiado temprano hasta para el insomnio, los debates de promesa y escupitajo de populismo y los recuerdos sin fotografía. Amanece, las noticias del telediario se resbalan entre seísmos de despertadores que no respetan un domingo y todo sabe igual de amargo que los suspensivos de una llamada, los cafés completamente solos y el último aplauso de una función. Resulta extraño, hay personas que son hogares aun con las legañas haciendo de visillo entre los ojos, la piel salpicada de sol y los brazos construyendo la pared de un abrazo. A pesar de ello, de tener un pueblo de hogares y no ser ocupa de ninguno, hoy no consigo orientarme, saber dónde termina la autocrítica y comienza la opinión ajena. Lo memorizo como una frontera entre las dictaduras y las democracias, sin un mapa que las gobierne o un muro que las diferencie, solo pasos de distancia entre tu calle y la mía, centímetros de reloj entre voces o kilómetros de espesura entre la niebla. Es lo único que sacó de conclusión en esta sala de espera del lunes sin paella ni chistes malos sobre la mesa, la reflexión de un día con las horas tan anchas como el radio del planeta y los pensamientos tan enredados como un laberinto de setos sin podar. Perdóname, es domingo y está ciudad sigue con los tejados despeinados de palomas y barnizados por la lluvia, sin estar domesticada por paseos de parejas, niños o ancianos de cachaba y caramelo, ni tiene estiradas sus avenidas de terrazas y puestos de flores. Es tarde y nadie ha salido a colonizarla, tan solo ha sido regada por esta lluvia intermitente que no hace crecer a los edificios ni a las casas viejas. Todo parece una calcomanía de la hora anterior, menos los protagonistas de orgullo y prejuicio que se besan después de que el Titanic aprenda a desempolvar icebergs. Hay caníbales de parchís y jugadores de mus con las cartas del tarot y las que prometí escribirte y nunca empecé empeñando la suerte y el destino. Nosotros que oremos como un perro sin dueño el hueso de la memoria tras hacer inventario de todas las anécdotas familiares que se convirtieron en nuestro cuento favorito de niños y nos quedamos a ver cómo engordan las nubes hasta romper el cielo de rayos y truenos. Por lo demás no hay mucho que contar, esa es toda la crónica de un domingo cualquiera que sirve para diferenciar las semanas, esos peldaños hacia el futuro de los calendarios al bajar, meses, años y épocas. Ahora solo me queda una cama donde terminar de enterrarme en sábanas que no arden, un colchón despoblado y el sabor de la ciudad sobre la persiana. Ven, tengo ojitos de sueño y ya te veo.

 
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