Diario de una adolescente en tiempos de covid: "La caída del Estado de Alarma"
La joven arandina María González López cuenta desde su lado poético cómo se desarrollaron las primeras horas de este fin de restricciones forzosas

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Aranda de Duero
Es 9 de mayo de 2021, las campanadas del reloj de la puerta del Sol anuncian el fin del Estado de Alarma, su clamor suena a golpe seco, a caída de leyes, muerte de un modo de vida adoptado a la fuerza.
Bajo el eco retumbando entre los balcones secos de aplausos, un puñado de personas esparce sobre la noche olor a Nochevieja, a victoria de guerra y alergia a la responsabilidad en bocanadas de alegría con la sonrisa desnuda de fieltros, limpiando la calle de prisa. Se acaban de terminar los relojes y no hay una aguja que los empuje hacia su casa antes de que se llegue a completar la esfera de horas.
Un par de barrios más lejos, en Malasaña, acompañan los cánticos de Sol con más énfasis y unión, los adoquines desconocen los metros y los borrachos colonizan las farolas. Salamanca baila al compás en los zapatos de todos los estudiantes sedientos de esa etapa de oro de la que tanto les hablaron, y en Barcelona el ruido de los cristales de botellas conforma mosaicos para enterrar en el pasado la rutina y la pena.
Muchos de ellos brindan, otros ríen y la gran mayoría no reconoce la independencia sobre la piel, pero todos alcanzan en cualquier estado la misma idea. Todo ha terminado. La noche transcurre aproximándose más al sueño que a la realidad.
Echaban de menos la vida, el sentir el ardor del alcohol entre las palabras en lugar de las manos y el calor de grupo lejos del frío de la distancia social.
No obstante, y contra toda la rebeldía por la toma de la felicidad, lo único que ha cambiado es un papel emborronado de normas caducándose a mediados de primavera.
Un bicho, minúsculo, sin nación, ni origen, continúa moviéndose sin entender de tiempo, dinero o edad, dispersándose entre los gritos, y arrasando con todo a su paso, regalando las ruinas de una vida completa a un par de años.
Desde la timidez de una ventana, un valiente se atreve a contemplar la escena diferenciando la libertad propia de la ajena.
Duda de ella, escarbando su definición sobre el presente. Recuerda que todo lo que bajo sus pies son alegrías pronto serán noticias de telediario con sirenas de fondo y gráficos de sierras sin cumbre.
Entristece, sabe que poco puede hacer contra los que enlazan la libertad con la obligación en lugar del derecho, alejando a la responsabilidad y bombardeando con saltos la paz de las semanas siguientes.
Apenas quedan sobre las aceras tramos sin barnizar de voces y mascarillas de adorno, quieren disfrazar los seis meses anteriores hasta hacerlos desaparecer tratando de cambiar de vida, reconvertirse en actores de una película ideal.
No se percatan de que han recreado una escena más de esta película de ciencia ficción sin final llamada realidad, en la que una sociedad rebusca la libertad sin saber que, como el rumbo de ella misma, es parte de todos los individuos que la conforman.




