Paraisos perdidos
"Paraisos perdidos". Firma de opinión de Carlos Miraz
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Córdoba
Consta en la Biblia que en el principio Dios creó los cielos y la tierra. Luego los mares, las plantas, los animales. Y, como último paso, creó al hombre y lo instaló en un jardín maravilloso, el Edén, donde convivía armónicamente con la Naturaleza. Al parecer, Adán quiso encerrar la belleza del atardecer en los cielos, el rumor de las aguas, el canto de las aves y el color y el olor de las flores en un pequeño recinto. Su Edén particular. Y a Dios no le gustó nada que osara ser como Él con tan creativa versión del Jardín celestial. Sospecha que confirmó tras el episodio del fruto prohibido. Como es sabido envió a un ángel con una espada flamígera y lo expulsó, junto con Eva, de aquel mirífico microcosmos. Pero Dios fue misericordioso y permitió que un difuso recuerdo, de sueño y prodigio, permaneciera en la memoria de los seres humanos para animar sus atribulados espíritus.
Con ese recuerdo se crearon toda clase de parques, jardines y recintos florales. Pero del Pequeño Edén particular de Adán solo una vieja ciudad, de poesía y leyenda, como Córdoba, logró reproducir una pequeña muestra en la intimidad de sus patios que, desde hace cien años, se abren en mayo a los visitantes. Y con ellos el atisbo de unos paraísos a los que puede sernos negado el acceso – como el año pasado- de no mejorar nuestras relaciones con la Naturaleza. Unos paraísos que antes vigilaba el ojo de Dios en el centro de un triángulo y ahora un dron. Unos paraísos a los que solo se puede acceder purificándose al llegar a su puerta y en los que seremos invitados a entrar y salir amablemente sin tener, al menos de momento, que utilizar espadas flamígeras. Confiemos en que, salvado el despropósito inicial de esta nueva desescalada, no haya que desenvainarlas de nuevo y podamos recuperar tan sentidas añoranzas de vergeles perdidos.