Diario de una adolescente en tiempos de covid: "Música"
La joven arandina María González López comparte su visión poética sobre este arte

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Aranda de Duero
Amanece, por encima de las últimas estrellas en peligro de extinción la melodía de los pájaros enseña a madrugar al Sol, resquebrajando el conticinio.
Chapotean los primeros bostezos sobre los cafés, a la vez, que las rejas de los bares gimen los buenos días anunciando desayunos y el inicio de los transeúntes desempolvando en sus pasos los resquicios de la noche en la ciudad. Despertadores tañen a la muerte de Morfeo, mientras muchos le perdonan las últimas palabras queriendo saber el final de su sueño posponiéndolo 5 minutos.
Todo se sume bajo el concierto de las prisas, los alaridos de los semáforos clavando el ritmo sobre los cláxones y motores, y el ajetreo de los zapatos marcando el horario sobre los adoquines.
No obstante, lejos de esta banda sonora con la rutina de director y con la batuta de las agujas del reloj acompasándola, la música encerrada en discos, canciones y emisoras, continúa meciendo las acciones de nuestros días y domesticando nuestras emociones.
Bastan los compases de tu canción favorita para desdibujar un cúmulo de monotonía a un simple borratajo de tareas. Un puñado de versos acompañados de compases de alegría para volverse invencible contra la inercia de las semanas, o un estribillo que derribe la desilusión asegurándonos la felicidad en tres minutos.
Las palabras de una guitarra eléctrica escritas en las líneas de sus cuerdas en un diálogo con el bajo y la batería, proporcionan himnos que viven en recuerdos.
Posiblemente, la música es la medicina moderna más potente contra la persistencia de la vida, un aliado contra los problemas diarios y un arte del que formamos parte más allá de corcheas, pentagramas e instrumentos.
La música es un conjunto sentimientos que no caben en una definición, es un lenguaje global para hacer girar el mundo más sincronizadamente.




