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Anticuerpos para la enfermedad de alzheimer

La firma de Tomás Segura, neurólogo en el Hospital de Albacete y Profesor Titular de Neurología de la UCLM

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Uno de los avances más importantes de la Medicina en general en los últimos años ha sido el desarrollo exponencial, diría que casi increíble, de la inmunoterapia. Este tratamiento está basado en la utilización de anticuerpos monoclonales, proteínas del sistema inmunitario que se crean en el laboratorio.

Los anticuerpos "normales" son producidos naturalmente por el cuerpo y ayudan al sistema inmunitario a reconocer a los gérmenes que causan enfermedades, como las bacterias y los virus, marcándolos para que posteriormente otras proteínas y células de limpieza de la sangre los destruyan.

Pero los biotecnólogos han sido capaces de generar anticuerpos en el laboratorio, esta vez dirigidos no contra gérmenes, sino contra, por ejemplo, células cancerosas, y esta invención ha logrado cambiar el pronóstico en algunas de las enfermedades oncológicas más agresivas. Sin embargo, el campo de actuación de este tipo de terapia no se limita ni mucho menos al cáncer. En realidad la filosofía de los anticuerpos monoclonales podría resumirse de este modo: "dime qué se produce de más en una patología, y yo fabricaré un anticuerpo que bloqueará el producto anómalo".

Así, y por ceñirme al campo de la Neurología, si durante un ataque de migraña existe un exceso del péptido CGRP, una molécula responsable de transmitir señales de dolor, fabriquemos un anticuerpo que bloquee dicho péptido y el dolor de cabeza mejorará. Pues bien, hace muchos años, ya desde la descripción histológica original del Dr. Alzheimer en el año 1906, que se sabe que en dicha enfermedad existe un depósito anómalo en el cerebro de proteína beta-amiloide, y por ello es lícito pensar que si conseguimos un anticuerpo capaz de bloquear la producción de esa sustancia, la enfermedad puede mejorar. La investigación clínica hace tiempo que se esfuerza precisamente en este campo, y son ya varios los anticuerpos monoclonales que han sido ensayados como bloqueantes de amiloide, algunos de ellos a disposición de los albaceteños en ensayos clínicos en los que han participado -o todavía participan- los servicios de Neurología y Geriatría de nuestro hospital. Uno de estos fármacos ha sido aprobado recientemente por la FDA norteamericana para ser utilizado de manera abierta en clínica habitual en pacientes con enfermedad de Alzheimer precoz. Y en pocos días, en nuestras consultas los médicos que tratamos pacientes con demencia hemos notado la euforia que en familiares y afectados ha provocado esta aprobación. Pero sin negar que se trata de una buena noticia, tengo desde aquí que aclarar que los neurólogos no hemos acogido la información con el mismo entusiasmo. La explicación para ello es que hace tiempo que la hipótesis amiloide, es decir que el origen de la enfermedad de Alzheimer es el depósito de esta sustancia en el cerebro, porque este depósito impediría el funcionamiento normal de circuitos neuronales primero y acabaría por provocar la muerte neuronal después, ha perdido credibilidad. La mayor parte de nosotros pensamos hoy que el depósito amiloide es una consecuencia de lo que está produciendo la enfermedad y no la causa principal de la misma.

Y si estamos en lo cierto, bloquear el depósito de proteína beta-amiloide resultará una estrategia terapéutica tan solo parcial (y por el momento extraordinariamente cara, por cierto). Además, los ensayos clínicos en curso parecen demostrar que la efectividad de los anticuerpos que bloquean amiloide solo tiene traducción clínica cuando el tratamiento comienza a darse en fases terriblemente precoces de la enfermedad, es decir, cuando apenas ha habido sintomatología y por tanto también cuando apenas ha habido consulta médica.

En cualquier caso, siendo la enfermedad del Alzheimer una de las grandes lacras de la sociedad actual, que la investigación comience a dar sus primeros y aún modestos resultados es sin duda un motivo de esperanza para médicos y pacientes. Y también un motivo de reflexión para la administración sanitaria, que a muy corto plazo deberá planificar la mejor manera de afrontar el diagnóstico precoz de la enfermedad, que es el tiempo en el que cualquier tratamiento será válido. Lograr el diagnóstico temprano de la enfermedad de Alzheimer obligará al sistema a dotarse de más modernas pruebas de neuroimagen, y por supuesto, de un mayor número de neurólogos, capaces de atender lo antes posible a pacientes aún no ancianos pero ya con sutiles problemas cognitivos.

 
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