La firma de Ángel Martínez: "Mi nieta"

Aranda de Duero

Los abuelos somos esos seres útiles para llevar niños a la escuela, pasear cochecitos entre horas de trabajo de los padres, cubrir las vacaciones de los progenitores y otras cosas parecidas.

Para mi nieta yo me llamo Lolo, incluso no sabe mi nombre de pila. Lolo se asocia a canciones infantiles: “Mi abuelo tenía un huerto”, “Un día en una fuente” y alguna canción con contenido que no entiende. No sé por qué pero le habré contado el de Caperucita más de cien veces y otro centenar seguro que me queda todavía.

Tener una nieta entre tres y cuatro años es como gozar de una entrevistadora permanente y una repetidora de lo que dices o le dicen. Es una gozada y permite recordar definiciones de un sinfín de palabras. No saben leer pero conocen todo lo que pone en jarras, carteles, letreros, claro que se lo inventan, pero da gusto descubrir lo que hay detrás de lo escrito.

Lo que no comparto de la filosofía de los abuelos es ese mantra que indica que estamos para maleducar o darles lo que no les dan sus padres. Creo que tenemos que colaborar y aplicar el programa diseñado por ellos: manteniendo valores, diciendo no, extendiendo los mensajes paternos y fijando principios y normas que les permita socializarse observando que su abuelo plancha, tiende la ropa, cocina, les quita el pañal o les pone a hacer pis sin diferenciar roles falsamente elaborados por la sociedad.

Ser abuelo no es ser un favorecedor de caprichos y aunque no sea el responsable de su educación, sí es un colaborador necesario y en el marco de la ternura y el cariño un facilitador muy sabio de la formación personal de los nietos. Quizás convenga recordar aquello de PARA EDUCAR A UN NIÑO HACE FALTA TODA LA TRIBU.

Reconozco que ir con mi nieta de la mano es una sensación solo superada por ese “achuchón” que sólo saben dar las nietas y nietos a sus abuelos.