Sobre la inanidad de Ayuso

Santa Cruz de Tenerife
Vivimos en tiempos de política extraviada: el esperpento de la presidenta de Madrid sobre la firma del Rey en los futuros decretos de indulto es propio de alguien que no consiguió nota en la EBAU para hacer Derecho. Resulta preocupante, pero no porque el papel del rey en la certificación de los indultos pueda suponer un conflicto al Jefe del Estado: hasta en Vox han salido a replicar a la presidenta madrileña. Cosas veredes. El monumental desliz de doña Isabel demuestra no sólo su parquedad de formación, sino el peligro de convertir en virtual esperanza blanca del PP a una joven cuyo principal mérito hace apenas diez años era haber creado primero y gestionado después la cuenta en twiter del Pecas, el can doméstico de la señora Aguirre.
Uno no se explica ni lo que vió en Ayuso ese coleccionista de errores que es Pablo Casado, ni qué clase de rechazo puede haber provocado Sánchez a tantísimos madrileños, como para que la votaran masivamente hasta en el cinturón rojo. En fin, que el ascenso fulminante de Ayuso a las cumbres del PP demuestra la inanidad de la política de hoy: si esta Ayuso puede llegar a ser en un par de años candidata a presidir el Gobierno –que harán falta ganas, tal y como lo va a dejar Sánchez- uno se pregunta qué diablos ha pasado en este país…
La respuesta es como un jarro de agua fría para alguien que se dedica al periodismo desde hace más de cuatro décadas. Ayuso también es periodista, por si no lo sabían, y su éxito político en Madrid tiene bastante que ver con haber fichado –contra el criterio de su propio partido- al ex secretario de Estado de Comunicación con Aznar, responsable de Comunicación del PP con 25 años, y también periodista, Miguel Ángel Rodríguez, otro precursor del estilo que ha convertido a Iván Redondo en uno de los tipos con más poder de España. Son estos aventureros (y a veces colegas) quienes crearon la nueva política, quienes gobiernan sobre el lenguaje, quienes resuelven todos los problemas con una promesa a cumplir cuando ya no estén quienes prometen. Y aquí seguimos todos los demás, en este país castigado por una de las mayores tasas de mortalidad de la pandemia, cercado por la crisis económica más severa que afronta Europa, arruinados hasta la trancas y con el futuro color ojo de hormiga, a la espera de nuevas sandeces de unos y otros, para consolarnos hablando de que el nuestro es el país de Valle Inclán.




