Recurso de súplica

León

Con el final del curso siempre llegan los exámenes y la incertidumbres. Mañana se acaba el año del Covid , las mochilas saldrán por última vez de las aulas e irán cargadas de preguntas que no tienen respuesta.

Serán, son ya, olvido del olvido las distancias, los geles y los protocolos. El sueño juvenil de una libertad sin límites se vestirá de gritos y proyectos sin cadenas que crecerán a lo largo de un verano que hoy parece infinito.

La alegría tiene motivos para crecer: bajan los contagios, la vacunación prospera y los largos miedos de septiembre han quedado diluidos en la promesa de la normalidad.

Quedan para los albañiles de la tiza las dudas sobre qué va a pasar en septiembre. Nuestra estimada Rociito y los mandarines educativos aún no han decidido cuál es el camino: si se decidirán por el ahorro o por la seguridad, si se mantendrán los cimientos construidos este año o regresaremos a la infame saturación prepandémica. Como no conviene quitarle el suspense a la tropa, nada se sabrá hasta los primeros septembrinos.

Sería un error mayúsculo revocar la argamasa construida estos largos meses , eliminando todos esos desdobles, refuerzos y contratos que han permitido no solo trabajar con cierta seguridad, sino con algo parecido a una cierta normalidad en las ratios. Y no solo por la salud, sino por la evidencia de que la mejora de la calidad educativa es , ha sido evidente. Un regreso al pasado supondría una pesadilla de aulas saturadas y de falta de atención a la diversidad que no es tolerable.

Esperemos que en esto la señora consejera y los encargados provinciales no miren para otro lado, como han hecho en las celebraciones de la ceremonias de graduación celebradas en algunos colegios muy cristianos, donde todas las familias, padres y madres incluidos, se reunieron alrededor de sus hijos , a pesar de las prohibiciones , porque allí se convocaron en forma de misa. Amén. No vaya a ser que la comunión sea siempre para unos y las hostias para otros.