Nuevo curso
La firma de Manuel Ortiz Heras, Catedrático de Historia Contemporánea

Manuel Ortiz / Cadena SER

Albacete
A estas alturas del mes de junio podemos dar por terminado el curso en las aulas. Es el momento de congratularnos por los resultados. Aunque ha sido duro, en algunos momentos y lugares especialmente, se ha podido normalizar la asistencia a clase, el aprendizaje y la convivencia. El esfuerzo ha sido muy grande, pero ha merecido la pena. La mejor manera de reducir diferencias sociales era la presencialidad. Se ha contado con una plantilla de profesores reforzada y ha aumentado el gasto público en educación. Esperemos que el esfuerzo no decaiga y, en todo caso, se refuerce en los próximos años. Está claro que también se han detectado algunos desajustes, como que en algunos cursos el adelanto de la última evaluación ha dejado a los alumnos aprobados sin clases desde principios de mes. Habrá que revisar el calendario para evitar unas vacaciones de tres meses y medio que desconectan por completo a los jóvenes de las rutinas pedagógicas.
Se podría decir también que el curso político ha terminado, aunque sólo sea simbólicamente. La mejoría de la situación provocada por la pandemia, con una caída constante de contagios, el final de la mascarilla en la calle y un proceso de vacunación al alza, junto a la presumible llegada de los fondos económicos europeos, se ha sumado al cierre de algunos procesos electorales y, sobre todo, a la concesión de los indultos en Cataluña, que nos colocan en un escenario novedoso e ilusionante. Más allá de la polémica abierta por esta medida y del alcance que pueda llegar a tener en las futuras negociaciones entre gobierno central y autonómico, al menos, podemos deducir que el problema político entra en una nueva fase, la del diálogo y la política, de donde nunca hubiera debido de salir. No se trata de ser ingenuos o buenistas, nadie puede garantizar el éxito porque esto depende de muchos factores que no voy a explicar aquí. Pero, a estas alturas de legislatura, se agradece un escenario que nos saque, aunque sea circunstancialmente, de la polarización y la discordia.
En este punto, volveré a apelar a la historia reciente. Se cumplen 44 años de las primeras elecciones democráticas después del final de la dictadura franquista. El 15 de junio de 1977 los españoles votaron en unas elecciones libres. Habían transcurrido 41 años desde la última vez. Triunfaron dos partidos que conquistaron un espacio electoral alejado de los extremos. Aunque, sobre todo en el caso del PSOE si leemos aquellos programas, no se les pueda calificar, sin más, como moderados: la UCD de Adolfo Suárez, que obtuvo una mayoría suficiente que le permitiría gobernar, aunque sus expectativas se vieron frustradas porque estaban convencidos de la mayoría absoluta, y los socialistas capitaneados por González, convertidos en la fuerza hegemónica de la izquierda, frente a un PCE que había encabezado la oposición al franquismo y conoció su legalización in extremis.
Más de dieciocho millones de españoles acudieron a las urnas. El resultado electoral perfiló un sistema de partidos homologable a cualquier país europeo y facilitó que el Congreso iniciara un proceso capaz de dotar al país de una Constitución negociada. El gobierno conservador reguló las elecciones con una legislación que favoreció las candidaturas mayoritarias y produjo el bipartidismo que ha sido la base del sistema durante décadas. Contra todo pronóstico, incluido el del propio rey, Suárez anunció su candidatura en la lista de UCD, coalición sobrealimentada desde arriba, dejando a Areilza compuesto y sin novia, que diría un castizo. La campaña electoral se caracterizó por el uso de mensajes directos, poco sofisticados, muy ideológicos y centrados en la dicotomía cambio o reforma. Aquel miércoles votó el 78,89% del censo electoral. El recuento duró dos interminables días, pero la principal conclusión fue que había triunfado, por fin, la democracia y, sin pretender mitificar la transición, empezaba un tiempo prometedor.




