Sociedad
Abel Peña

El interrogante

El estilita / Radio Coruña

A Coruña

Entre la redacción y la sede del PSOE, que lleva el pomposo nombre de "Casa del Pueblo", hay quince minutos a pie. Se celebraba un homenaje a Javier Losada, que ponía fin a su carrera política tras haber sido concejal, alcalde, senador y delegado del Gobierno. Un histórico, como suele decirse. Yo siempre le recordaré como un sujeto algo anodino, con tendencia a divagar y que parecía sentirse incómodo en las comparecencias públicas. Por cierto, la única rueda de prensa que he abandonado fue una suya. Había esperado pacientemente a que terminara de hablar sobre la inversión que el Gobierno iba a realizar en Ferrol, construyendo fragatas o algo así, y luego le hice una pregunta sobre otro tema que sí me interesaba. Losada me dijo que le perdonara, pero que la noticia del día era la que acaba de contarnos. Asentí. Mis colegas de la prensa hicieron otras preguntas. Losada repitió lo de la noticia del día. Yo me levanté y me fui, dejando a mis colegas más funcionales escuchando por tercera vez la misma información.

Entonces, como aquella vez, tampoco estaba interesado en la noticia principal. Es decir, el homenaje a Losada, sino en que esa sería la primera vez que estarían en la misma habitación los dos bandos de la agrupación socialista coruñesa, que llevaban enfrentados bastante tiempo: la alcaldesa, Inés Rey, había expulsado meses atrás a Eva Martínez Acón de su puesto como concejala de Empleo, a pesar de ser la secretaria local de la agrupación, alegando "nula dedicación" a su trabajo, pero Acón aseguraba que todo se debía a que varios concejales, Rey entre ellos, no habían pagado las contribuciones al partido y ella se las había reclamado. Todo el mundo ubicaba ese incidente en el contexto de un conflicto entre Valentín González Formoso, presidente provincial del PSOE, y Gonzalo Caballero, el autonómico. Que yo sepa, no existe ninguna diferencia ideológica entre ambos bandos. Se trata más bien de a qué caballo enganchas tu carro, lo que en política es vital. Mis jefes querían una crónica política, que es como una crónica rosa solo que sus protagonistas tienen menos glamour y al público le interesa mucho menos.

Había recorrido todo San Andrés y estaba a punto de llegar cuando me crucé con un sujeto que se enfrentaba con un grupo de unos ocho policías locales. Saqué el móvil y empecé a hacer fotos. Los agentes estaban allí para precintar el local de aquel hombre, que parecía bastante exaltado. Él gritaba que sabía quién los había llamado y que estaba sufriendo el acoso de los policías. Toda la escena estaba siendo grabada por una mujer de pelo largo rubio pote, y por mí, claro. Cuando acabaron de poner el precinto, cometí el error de acercarme a él demasiado y se encaró conmigo. "¿Quién le ha llamado?", me espetó. Yo le aseguré que nadie, pero él insistió. Era calvo, de mediana edad, con la tripa rebosando por encima del cinturón, y con cicatrices. Tenía una grande en la cara, en forma de interrogante pero el resto lo tapaba su mascarilla. Me dijo que el vecino de enfrente había llamado "unas 300 veces" a la Policía Local por cualquier cosa que hubiera en la calle. Hubo días en los que vinieron cinco o seis veces. Aseguró que su establecimeinto estaba totalmente en regla, que lo había abierto hace año y medio, pero que tenía problemas con la Policía Local. "Si no les doras la píldora, estás jodido, y yo soy una persona que no vale para hacer la pelota", me aseguró. Le habían querido retirar el carné de conducir. "Dijeron a Tráfico que soy una persona muy agresiva, y he tenido que ir al psiquiatra".

Miré por encima de su hombro: las cristaleras de su negocio estaban cubiertas de carteles en las que protestaba por las medidas restrictivas contra la hostelería. "Le puse las pilas a ese inspector y él se hace valer del poder que tiene. Yo no puedo ni empujarlo", se quejó. La historia me fascinaba, pero el reloj de mi muñeca era como un grillete que me arrastraba fuera de allí. Así que tomé nota de su número de teléfono, y me dirigí a la sede del PSOE, donde todo el mundo estaba sentado y separado. Acón y Rey estaban cada una a un lado de la habitación, flanqueando a Caballero y a Losada, que se enjuagaba las lágrimas que le producía la combinación de palabras de elogio y videos recopilatorios de su carrera, pero era imposible determinar si tanto espacio era para evitar la Covid o la mala sangre. Estuve allí una hora sin sacar nada en claro.

Volví a la redacción y llamé a los 'polis', que fueron mucho más interesantes. Me confirmaron que aquel tipo era un exaltado que se pasaba las normativas anticovid por el forro. Que se había enzarzado en varias peleas en la calle, con alborotadores y que le habían partido la cara en un par de ocasiones. "Nos dijo que no le importaba, que eran gajes del oficio". Aquello despejaba el interrogante de su rostro, desde luego. Además, era un antiguo legionario. También ese dato era clarificador. Me he cruzado con algunos a lo largo de mi vida y a todos parecía que les durara la resaca de leche de pantera. Al poco, recibí una llamada del caballero legionario en cuestión, para explicarme la mala praxis del 092 que tenía que padecer. "Identificaron a mis camareras y luego las llamaron para quedar con ellas". Aquello era cosa: mi mente se llenó de titulares jugosos. Además, dijo, tenía grabaciones. Me las puso por el teléfono pero, en vez de una prueba explícita de acoso sexual por parte de policías salidos, lo que escuché durante varios minutos fue una serie de llamadas del legionario al 092. "Quiero hablar con el inspector jefe del turno. Ustedes me están acosando. ¿Por qué me acosan?", preguntaba invariablemente, antes de que el agente al otro lado de la línea colgara. Desde luego, parecía una prueba explícita de que se había acometido un acoso.

Dos días después, la alcaldesa, que me había visto al fondo en la sala del PSOE, me preguntó si me había divertido aquel día. Tuve que reconocer que sí.

 
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