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'La Matrona del Almudí', por Pepe Belmonte

Escucha el 'micromentario' para el programa Hoy por hoy Murcia del catedrático de Literatura de la UMU

Pepe Belmonte, catedrático de Literatura en la Universidad de Murcia (UMU) / Cadena SER

Murcia

Desde hace unos cuantos siglos, la escultura con la famosa matrona que está fijada sobre la pared exterior del Almudí, en la ciudad de Murcia, junto al conocido Mercado de Verónicas, representa a la perfección la tradicional generosidad de los murcianos que siempre han acogido con cariño a todos los vienen de afuera.

Micromentario / Pepe Belmonte (28-06-21)

02:35

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La Matrona del Almudí, un palacio con una larga y rica historia, que se ha convertido en un bonito y bien aprovechado centro cultural, amamanta, con preferencia, a un niño ajeno y deja a un lado, a la espera de que sea su turno, al propio.

La Región de Murcia, y no sólo la capital, en términos generales, siempre ha gozado de esa fama de gente abierta, generosa y sincera con la que es fácil entablar amistad mientras se hace la compra, en un autobús o por la calle, sin que abunden los prejuicios ni las fobias de ningún tipo, excepto en casos contados que no nos representan.

Todo ello, lo vengo a decir porque hay quienes se empeñan en dilapidar este privilegio que nos distingue de los demás españoles.

Desde hace un tiempo, he conocido casos de chicos extranjeros que llegan a Murcia desde sus respectivos países, de Europa o de América, para realizar sus estudios o sus prácticas en la Universidad de Murcia.

La impresión al conocer la ciudad es siempre muy grata, y en cuanto hacen amistades y entran a fondo en nuestra gastronomía, se convierten en unos entusiastas defensores de nuestra tierra.

Sin embargo, como no todo es oro lo que reluce, unos cuantos desalmados, golfos de tomo y lomo, pillos a la vieja usanza que se aprovechan del momento y de la confianza, están tirando por tierra nuestra bien ganada fama.

Me vengo a referir, para no dilatar más el asunto, a quienes, al margen de las inmobiliarias, por su cuenta, a título particular, clandestinamente, alquilan pisos durante una breve temporada a estos estudiantes.

En la mayoría de los casos, como yo mismo he tenido ocasión de comprobar, o no se hacen cargo de aquello que les corresponde por contrato, o bien –lo que es una práctica muy común– no devuelven la fianza depositada en su día, esperan a que los estudiantes se marchen a su país… y si te vi, no me acuerdo.

Son, y disculpen la palabra, las heces de una ciudad en donde, a pesar de todo, la gente sigue siendo acogedora, buena y honrada.

Pepe Belmone

 
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