Una isla

León

La experiencia más extraordinaria que he vivido ocurrió la primera vez que vi el mar. Creo que el asombro infantil duró horas, y, subyugado por el ritmo infinito de las olas, me perdí en aquella belleza indescifrable. Y me temo que fue para siempre, pues, cada vez que me acerco a la orilla, siento esa felicidad inefable que trae siempre la belleza.

Cuento esto desde la certeza de que no existe metáfora más perfecta de la felicidad que una isla. Esa playa infinita y circular que trae la promesa de un gozo mayúsculo. Los niños lo saben mejor que nadie , y por eso , su juguete favorito es siempre una pala y un caldero y la intuición de que las olas no se acabarán nunca.

Por eso, mi deseo para ustedes en las puertas de este estío es eso: una isla. Dejo a su inteligencia y sensibilidad las coordenadas de la suya. Hay gente que prefiere las riberas rumorosas de un río. Otros tienden la toalla a la sombra de una higuera , bajo la luz virginal de Julio y el alimento delicado de un libro. En ese rumor de hojas duerme también el susurro del mar.

Ha sido un año infame, y todos nos merecemos abandonar por un tiempo el cabañal de la política y las portadas, dejar atrás las miserias cotidianas de los que mandan , y huir , huir sin mirar atrás, hasta escuchar la música líquida del océano, mientras la brisa nos lava la cara y el sueño de una libertad sin mapas ni relojes es de nuevo posible. Sean felices, amigos, aunque sea un ratín