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Se me va el baifo

Jaime, su despiste y la bondad

Comentario inicial de David Perdomo, en 'Hoy por Hoy Las Palmas'.

Jaime, su despiste y la bondad

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Las Palmas de Gran Canaria

Si se dan cuenta, la mayoría de las cosas que nos enseñaron en el colegio se nos olvida con el paso del tiempo, nos quedamos con las enseñanzas más importantes y el resto se pierde en algún lugar de nuestra memoria. Pero hay una lección que a mí se me quedó marcada. Tenía unos 15 años cuando en la asignatura de Filosofía nos hablaron de dos teorías que chocaban entre sí: la de Hobbes y la de Rousseau. El primero pensaba que el ser humano es malo por naturaleza, mientras que Rousseau opinaba todo lo contrario. Creía que las personas son buena cuando nacen pero que la sociedad nos corrompe. Recuerdo que en clase hubo un debate de quién tenía razón y yo era del equipo de Rousseau, el que creía que no somos tan mala gente. Aunque sólo hace falta leer el periódico, encender la radio o meterse en Twitter para creer que Hobbes era el que estaba en lo cierto.

Pero es lo que tiene esta sociedad de la información, donde las noticias buenas desgraciadamente no suelen ser noticias y donde los que hacen daño suelen hacer más ruido. Y así nos perdemos pequeñas historias que nos pueden hacer creer en la bondad del ser humano. Como por ejemplo, la que sucedía hace unos días en el municipio grancanario de Santa Brígida. Jaime, un chico de 14 años, se dejaba olvidada su tabla de skate en la parada de guagua. Una tabla, de unos 200 euros, para la que estuvo ahorrando unos meses. Desesperado por su pérdida colocó un cartel en la parada en el que se podía leer "Olvidé mi tabla de Skate en esta parada mientras esperaba la guagua y alguien debe habérsela encontrado. Por favor si ha sido usted, ¿puede devolvérmela? (...) Pónganse en mi lugar y piense en que le pasara lo mismo".

El cartel estuvo cogiendo polvo durante semanas sin que nadie se pusiera en contacto con Jaime hasta que una chica le hizo una foto y compartió el cartel en su Facebook. En tan sólo unas horas la imagen se hizo viral y el veinteañero que se encontró la tabla se la devolvió a su dueño. Y no sólo eso, decenas de personas decidieron ayudar desinteresadamente a Jaime. Querían comprar o donar una tabla si no aparecía la suya e incluso se iban a organizar para recaudar dinero y, a día de hoy, siguen preocupándose por él.

Esta historia de Santa Brígida es en realidad una anécdota, un pequeño grano de arena en la inmensidad de problemas que tienen las personas en todo el mundo. Pero, no sé a ustedes, para mí es un alivio pensar que hay personas que se preocupan de otras sin ni siquiera conocerlas. Que son capaces de empatizar tanto con un joven de 14 años que se quedó sin su tabla de skate por un despiste. Y ya sé que a veces la realidad nos hace pensar en lo peor, pero quiero creer que vamos a actuar igual en situaciones más difícil, con la gente que peor lo pasa. Con personas sin hogar, refugiados, inmigrantes, vecinos que no llegan a final de mes... Porque, como creía Rousseau, y un servidor, la humanidad puede ser una especie maravillosa cuando se lo propone. Sólo hay que ponerse manos a la obra.

 
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