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"Hay distintas formas de familia y la nuestra es otra", la vida en un convento de Cuenca

Las hermanas de la Concepción Franciscana, las monjillas de la Puerta de Valencia, como se conocen en la ciudad, nos cuentan su visión del mundo actual desde la vida contemplativa que practican

Cuenca

Las hermanas de Concepción Franciscana de Cuenca han abierto la puerta de su convento a Hoy por Hoy Cuenca para contarnos cómo es su día a día, cuál es su vocación, cómo es su vida contemplativa dedicada al trabajo y la oración y cómo ven el mundo actual más allá de estos muros. Hemos charlado con la madre abadesa sor Inmaculada y con las hermanas sor Nuria, sor Marta y sor Margarita. Lo podéis escuchar a continuación:

“Hay distintas formas de familia y la nuestra es otra”, la vida en un convento de Cuenca

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En Cuenca se las conoce como las monjillas de la Puerta de Valencia, por la ubicación de su monasterio del siglo XVI, o convento, como popularmente se refieren los conquenses a este edificio. De la puerta de Valencia de aquella antigua ciudad amurallada de Cuenca solo queda ya el nombre en este espacio urbano y algún paño de muralla encajonado en las riscas junto al paso del río Huécar que discurre por aquí urbanizado y engullido por la ciudad. Este cruce distribuye el tráfico entre los que vienen desde la calle de las Torres y la calle Tintes y los que lo hacen por el paseo del Huécar. Suele ser un punto de ajetreo habitual en la vida diaria de Cuenca. Pero dentro de los gruesos muros del convento de las monjillas, y una vez cerrado el portalón de madera, el silencio se expande entre las estancias que se distribuyen ¿cómo? Hasta aquí llega nuestro conocimiento.

Las hermanas de la congregación de la Concepción Franciscana nos reciben en un saloncito poco después de pasar el torno y ahí se desarrolla nuestra conversación. Más allá de la siguiente puerta, la actividad contemplativa, de oración y de trabajo de las monjillas se pierde entre esos pasillos, salas y patios que nos son ajenos a nosotros. Sí podemos contarles que el edificio tiene tres plantas y se distribuye en torno a un patio de trazado irregular, el original del siglo XVI.

Iglesia de la Concepción Franciscana de Cuecna con algunas de las hermanas de la orden.

Iglesia de la Concepción Franciscana de Cuecna con algunas de las hermanas de la orden. / Cadena SER

Iglesia de la Concepción Franciscana de Cuecna con algunas de las hermanas de la orden.

Iglesia de la Concepción Franciscana de Cuecna con algunas de las hermanas de la orden. / Cadena SER

El origen de la Orden

Alvar Pérez de Montemayor era canónigo de la catedral de Toledo a finales del siglo XV y, cuando se recibió en la ciudad imperial la bula papal para la aprobación de la orden de la Concepción Franciscana, participó en los faustos actos de celebración, con precesión incluida. Aquel entusiasmo fue el motivo de querer implantar esta orden franciscana en su ciudad, en Cuenca. “El primer documento que hay del monasterio es de 1498 en el que se pide permiso para fundar este convento”, relata la madre abadesa, sor Inmaculada. “Las obras del actual monasterio comenzaron en 1501 y tres años después ya había comunidad”, que actualmente cuenta con quince hermanas. La orden se expande por todo el mundo con comunidades desde India a América Latina, “aunque cada vez menos”, reconoce sor Inmaculada, “porque estamos en un tiempo de mengua de vocaciones y se están cerrando muchos monasterios. Somos alrededor de tres mil mojas en todo el mundo”. Esta orden llegó a tener varios monasterios en otros pueblos de la provincia como Priego, Villanueva de la Jara, Moya o Villarejo de Fuentes. Incluso en la capital las conocidas como las Angélicas con su convento en la calle de San Pedro cuyas dependencias albergan hoy la Escuela de Arte Cruz Novillo.

Tras el encuentro con ellas nos llevamos buenas reflexiones y nos queda el recuerdo de su felicidad, de su alegría y de sus risas.

Tras el encuentro con ellas nos llevamos buenas reflexiones y nos queda el recuerdo de su felicidad, de su alegría y de sus risas. / Cadena SER

Tras el encuentro con ellas nos llevamos buenas reflexiones y nos queda el recuerdo de su felicidad, de su alegría y de sus risas.

Tras el encuentro con ellas nos llevamos buenas reflexiones y nos queda el recuerdo de su felicidad, de su alegría y de sus risas. / Cadena SER

De laudes a completas

El día comienza pronto dentro de estos muros. “Muy pronto”, dice la madre abadesa, y las otras hermanas se ríen. “Nos levantamos a las seis y media de lunes a sábado. Los domingos y fiestas a las siete. Tenemos media hora de aseo personal y a las siete rezamos laudes a lo que sigue una hora de oración personal en un tú a tú con el Señor. Después tenemos otra oración litúrgica, lo que antes eran los maitines y que ahora es el oficio de lectura, una celebración de la palabra. A las nueve desayunamos y pasamos a una hora de formación, de estudio. Este año estamos haciendo eclesiología. Tenemos la suerte que nuestro capellán es profesor del Seminario que nos da clases dos días a la semana. Después nosotras, con bibliografía, vamos completando”.

A las diez y media comienza el tiempo del trabajo “que hacemos en común, en un mismo espacio amplio y que va desde la costura a la encuadernación. A las doce rezamos el ángelus, rezamos otra hora litúrgica, sexta, y la corona franciscana, como si fuera el rosario, pero solo se mencionan las siete alegrías de María. San Francisco siempre decía que rea más fácil compadecerse con el que sufre que alegrarse con el que se alegra. Él quiso rezar así a María. Esto lo rezamos mientras trabajamos. Además, en ese tiempo otras hermanas repasan música, atienden a una de nuestras hermanas que está impedida o preparan la comida en la cocina”.

A las dos suena la campana que avisa de la hora de comer momento en el que se enciende la radio “para estar informadas de cómo va nuestro mundo y nuestra sociedad”.

Tras la comida hay un tiempo de descanso personal que las monjillas aprovechan “para caminar por los claustros o para cuidar las macetas de la terraza”. A las cuatro se reza otra hora litúrgica para pasar después al ensayo de los cantos religiosos.

A las seis es la hora de la eucaristía y el rezo de vísperas que se realiza en la iglesia “que está abierta a la ciudadanía tanto por la mañana, entre las siete y las nueve, como por la tarde entre las seis y las ocho y media. Siempre hay gente que nos acompaña”. La hora de la cena es a las nueve y, tras el rezo de completas, en torno a las diez de la noche, las hermanas se retiran a sus aposentos.

Monasterio de la Concepción Franciscana de Cuenca.

Monasterio de la Concepción Franciscana de Cuenca. / Cadena SER

Monasterio de la Concepción Franciscana de Cuenca.

Monasterio de la Concepción Franciscana de Cuenca. / Cadena SER

Vocaciones tempranas

Sor Inmaculada, la madre abadesa de este monasterio de la Concepción Franciscana de Cuenca, es de esta ciudad, tiene 62 años y entró en la orden “a los diecisiete años”, nos cuenta. “Me había educado con las Madres Benedictinas desde los tres años. Recuerdo que decía que quería ser monja porque me gustaba su vida. Yo he descubierto mi vocación mucho después. Al principio es como una inclinación a algo que te gusta, con lo que te encuentras bien y estás contenta. Después me he dado cuenta de que realmente lo que buscaba es a Jesucristo, a tener una relación personal con Él. A mi corto entender pensaba que el tener fe implicaba una vida entera y que era un camino de búsqueda de lo más importante de la vida. Lo primero encontrarte a ti mismo. Eso ha sido a lo largo del tiempo. Cuando eres joven no piensas en esas cosas, eso te viene después”.

Tras cuarenta y cinco años en este monasterio, sor Inmaculada reconoce que “la vida misma ya es un camino. Nunca terminas de encontrar todo lo que quieres, pero me siente satisfecha y feliz”.

Sor Nuria también es de Cuenca. Tiene 51 años y entró a la orden con veinte. “Hice unos ejercicios con una amiga monja que tenía en las Carmelitas y vi que Dios me llamaba a entregarme más. Busqué y contacté con esta comunidad, me gustó tanto la alegría que tenían y la forma de vivir tan sencilla que me sentí atraída. Cuando el Señor se mete en tu vida te empieza escudriñar y remover. Al principio no quería mucho, no estaba muy convencida, pero te das cuenta de que el Señor es quien lleva tu vida y que eres feliz donde Él te mande. Y aquí llevo treinta años. Ahora mi vida está llena, soy feliz, estoy contenta y agradecida a Dios cada día. Y dices, qué hubiera sido de mí sin Ti y sin mi comunidad, la que te ha educado, te ha preparado a ser persona. Nuestra formación abarca todo, lo humano, lo espiritual, lo cristiano. Al final ves que eres lo que eres porque Dios ha puesto estas personas en tu vida y tienes que darla a Dios, a la Iglesia y al mundo”.

Sor Marta es de El Salvador, tiene 43 años y es de las más jóvenes de este monasterio. “Solo hay dos hermanas más jóvenes que yo”, nos cuenta. Procede de una familia cristiana practicante de diez hermanos. “Acudía a la parroquia, iba a grupos juveniles y sentí que el Señor me llamaba por medio de María. Entré en la orden con trece años cuando una hermana de Murcia llegó a hacer promoción vocacional porque en España ya casi no había y ahí piqué yo también”. Treinta años después, sor Marta se siente “muy feliz, por las hermanas, por la comunidad que te va educando, enseñando, orientándote en la vida, aparte del Señor en la oración”.

Sor Margarita es de Cuenca y tiene 55 años. “Entré con 18. Trabajaba en una parroquia muy viva como es Santa Ana. Me eduqué con religiosas y participaba en grupos juveniles. Como anécdota te diré que, aunque estoy muy agradecida a la educación que recibí, cuando estaba estudiando COU decía que tenía ganas de terminar para ya no ver más monjas. Y ese mismo año tuve, y no quiero que suene fuerte, una experiencia de Dios, que no es nada místico ni extraordinario, simplemente que descubres a Dios como la fuente de todo lo bueno que puede haber en ti y que puede haber fuera. Experimenté a Dios como amigo, como hermano, y estaba a gusto. Un día, dando catequesis a niños muy pequeños les hablaba de la excelencia de la vocación, de lo felices que eran los curas y las monjas. Les pregunté que cuántos querían serlo de mayor. Ninguno dijo que sí. Uno incluso me digo, si a ti te parece tan bueno, por qué no te haces tú. Eso me fue rondando, se lo planteé a un sacerdote amigo, visitamos algunos conventos, pero me desanimé, hasta que vine a este. Fue un flechazo. Supe que aquí estaba mi vida. Sí es verdad que te haces planes y que el Señor te los estropea todos. Pero los suyos son mejores. Nunca vas por el camino que piensas, que tú has elegido para ti. El Señor te va cambiando para mejor”.

Más allá del convento

Mientras mantenemos esta conversación con las cuatro hermanas asistimos, más que a recoger sus testimonios, a descubrir la felicidad que rodea su vida. La sonrisa es permanente en sus rostros que, en todo momento, irradian alegría. Es difícil para ellas contener la risa. Primero por la situación. Quizás están un poco nerviosas por encontrarse con un periodista al que le cuentan sus intimidades espirituales. Pero intuimos algo más. Los que venimos de fuera vemos el recogimiento, la clausura y la vida contemplativa de estas monjillas como algo imposible. Pero, ¿ellas sienten que se han perdido algo más allá de estos muros? “No sé si me he perdido algo por estar ahí dentro”, dice sor Margarita. “Me centro más en lo que he ganado, que es mucho. Hermanas, casa, mi relación con el Señor, que es mejor que lo que pensaba que iba a ser, y un tipo de vida en muchos aspectos que nunca habría soñado”.

“No”, contesta rotundamente sor Marta. “El Señor lo da todo”. A pesar del espesor de estas pareces, el devenir de nuestra sociedad es conocido por la comunidad y todas concluyen al unísono que donde mejor están es aquí dentro. “Por supuesto”, dicen. “Esto también es un proceso en el que vas viendo si es lo que buscas”, comenta sor Nuria. “No todo lo tienes claro, lo vas descubriendo. Nuestra forma de vida, con nuestro carisma que es vivir la Inmaculada Concepción, que es nuestro objetivo, te das cuenta que esa armonía, ese cuidado del ser, de tu interioridad, que es una dimensión que la gente olvida, y que tenemos ahí nuestro gran tesoro, cómo somos de verdad, como Dios está en tu vida, como Él te mantiene, te sostiene, todo eso lo vas descubriendo, te llena de felicidad y lo que quieres también es repartirlo, compartirlo con los demás”.

“Imagino que habremos perdido, pero como tanta gente”, dice sor Inmaculada. “En la vida siempre se pierden muchas cosas, tienes que optar por unas y dejar otras, que es lo que hemos hecho nosotras”. La madre abadesa remata esta deliberación de nuevo entre risas que secundan sus hermanas: “Y si hemos perdido algo, como no lo conocíamos, pues no nos duele”. Aunque el relato retoma pronto la seriedad: “Ahora mismo estamos asistiendo a formas de familia muy distintas a la que hemos conocido. Pues bien, nosotras tenemos otra forma de familia. Hay que renunciar a muchas cosas, por supuesto. Nosotras a tener un marido o unos hijos. A eso hemos renunciado. Hemos renunciado al sexo que no al amor. Sin sexo se puede vivir, sin amor no. Eso es una realidad que nosotras constatamos cada día”.

Actualizarse

Reflexiones como esta demuestran que estas monjas están al día del devenir de nuestra sociedad. A pesar del espesor de estos muros, la modernidad acaba entrado “con un criterio muy bueno, poco a poco, para que podamos asimilarlo”, explica sor Inmaculada. “Hemos ido aceptando lo que podemos dentro de nuestra condición de vida porque hay cosas que son inaceptables en la vida de cualquier persona. Más que modernizarnos, nos hemos actualizado. Y nos hemos preparado, por ejemplo, para el uso de internet. Algunas hermanas tienen correo electrónico por motivos más que nada de formación, tenemos cursos en el ámbito de nuestra orden. También para hablar a sus familias como la hermana de El Salvador que utiliza guasap”.

Quizás es el momento de aclarar que esta congregación religiosa es de contemplación y no de clausura. “Somos de vida contemplativa”, explica sor Nuria. “La contemplación es nuestro principal apostolado, es decir, mirar todo desde los ojos de Dios, las personas, la naturaleza, las circunstancias de la vida. Para eso hay un contacto, una oración tan intensa. Estamos todo el día en silencio para orar, que no es lo mismo orar que rezar, un encuentro íntimo personal con Dios en el que tú hablar y también callas. La escucha es muy importante en nuestra vida. La clausura es el medio y el espacio que necesitamos para el recogimiento para escuchar al Señor. La clausura es un medio, pero el fin es la contemplación”.

Relación social con Cuenca

Aunque pensemos que no salen del convento, en realidad, sí que lo hacen. Y por diversos motivos. “No tenemos a nadie que nos sirva porque entendemos que los pobres estamos para servirnos unos a otros. Antiguamente estaban los demandaderos que eran los que hacían todo. Ahora hay que salir al médico, al supermercado, al banco, que tenemos cuatro perrillas, pero te exigen como a todo el mundo. Salimos a cumplir nuestros derechos cívicos como las votaciones. Somos una comunidad abierta, no estamos cerradas. La iglesia está abierta para quien la necesite, para bodas, por ejemplo. Tenemos relación con los hermanos ortodoxos que vienen a celebrar aquí cuando no pueden en su capilla. Aunque ahora se ha parado por la pandemia, pero un día recibimos a los presos de la cárcel por mediación del capellán que es conocido nuestro y que los trae a comer a casa. Vienen los grupos de las parroquias. La orden franciscana seglar, de laicos, se reúne aquí. Tenemos un grupo de lectura de la Biblia. También nos presta sus servicios la asociación Parkinson Cuenca para las hermanas que necesitan terapia. Aunque muchas de estas actividades ahora están paradas”.

A esto se suma la estrecha relación que mantiene esta orden con las hermandades de la Semana Santa de Cuenca. “Tenemos en casa los enseres, por lo menos, de dieciséis hermandades. Está en una zona del convento que nosotras la llamamos así, la Semana Santa donde tenemos mantos, guiones, horquillas, almohadillas, banzos. Tenemos una vida social-religiosa muy abierta”.

La mujer en la Iglesia

Como congregación femenina, nos interesamos por conocer qué visión tienen ellas del papel de la mujer en la Iglesia. “Me parece que la mujer tiene un papel importantísimo en la sociedad y en la Iglesia, único e irremplazable”, comenta sor la madre abadesa. “Veo que en la Iglesia se ha avanzado mucho. Es una institución jerárquica, como todas las empresas. No he visto nunca a un portero que lo pongan en la reunión de la directiva. La mujer tiene un papel importantísimo, sobre todo en tierras de misión, aunque misioneros somos todos donde estemos. No veo que la mujer esté relegada ni yo, como parte de la Iglesia, me he sentido relegada nunca como mujer”.

Sor Nuria, al hilo de esta conversación, recuerda a santa Beatriz de Silva, la fundadora de esta orden en el siglo XV “que fue una mujer pionera que decidió vivir algo que estaba siendo controvertido en ese momento como el misterio de María que nace sin pecado original y ella, con su vida, decide que María fue Inmaculada. Es un testimonio muy valiente. La Iglesia no se opone y le dan regla propia. A lo largo de nuestra vida como orden tenemos a otras mujeres como la madre María de Jesús de Ágreda, una mujer en el siglo XVII que no sale de su convento y que fue la misionera fundamental en Nuevo México y Texas. A través del don especial de la bilocación, sin moverse de su convento, se iba a ese lugar e instruye a los indios en la fe cristiana. Nosotras como mujeres nos sentimos satisfechas y contentas en la Iglesia. Para nosotras María es muy importante como la mujer perfecta como Dios la pensó, íntegra, serena coherente, armoniosa y alegre”.

Sor Inmaculada apunta también el nombre de una conquense como sor Patrocinio de la Llagas “de San Clemente, del siglo XIX, que dio un impulso y una renovación muy importante a nuestra orden”.

Dejamos a las hermanas de la Concepción Franciscana en sus quehaceres, en su oración, en su vida contemplativa y laboriosa, en su armonía y en su alegría, en familia, mientras reflexionamos sobre el mensaje que nos dejan: “invitar a la gente a que vuelva a lo espiritual, no digo ya a lo religioso, a dar importancia a los valores espirituales como la verdad o la justica. Que busquen lo que realmente tiene valor en la vida. Que luego pasa, que vida no hay más que una y si la vivimos como hay que vivirla es suficiente con esta”.

Tras el encuentro con ellas nos llevamos buenas reflexiones y nos queda el recuerdo de su felicidad, de su alegría y de sus risas.

Paco Auñón

Paco Auñón

Director y presentador del programa Hoy por Hoy Cuenca. Periodista y locutor conquense que ha desarrollado...

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