400 altavoces
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Córdoba
El pasado viernes se inauguró el alumbrado navideño en nuestra ciudad. Parece que, estés de acuerdo o no con este tipo de gastos o sus implicaciones medioambientales, la mayoría de ciudades no renuncian a estas alegres formalidades navideñas.
La intervención cordobesa anuncia también sonido y eso me hizo recordar al alcalde de Vigo. A ese señor anunciando en septiembre que, este año, más de cuatrocientos altavoces estarían emitiendo varias horas al día villancicos para deleite (de los que pasan por ahí) o tortura (de los que puedan vivir al lado de uno de estos altavoces). Un menú sonoro con un sinfín de peces, campanas y burritos, que puede ser difícil de digerir si lo tienes que tomar ocho horas al día. Finalmente, parece que los han limitado a una hora diaria. Eso sí, durante dos meses.
No obstante, lo que más me llama la atención es la justificación de este tipo de decisiones, el que suelan hacerlas en aras del consumo, aludiendo siempre al santo turismo que sostiene este país. ¿Pero porqué utilizar este elemento para aludir a los aspectos más capitalistas y frívolos de esta época?
No sé ustedes, pero independientemente de las creencias religiosas que uno tenga o no, -quizás por la edad que va cumpliendo ya una- no estaría mal recordar que los villancicos, en realidad, huelen a tu familia: a tus primos, a tus tíos, a tus abuelos, a tus hermanos cantando juntos. A mí los villancicos me hacen pensar más en lo que recuerdo que en lo que compro: suenan a los que ellos cantaban en esas Nochebuenas en las que todavía no faltaba nadie y el énfasis de los mayores era paralelo a las trastadas de los pequeños.
Esos sí que podría escucharlos veinticuatro horas al día, a todo volumen.
Felices fiestas.