Del gris al verde

Asturias

Al amanecer —naranja, grises y blancos, ya algún azul, hacia levante, donde despuntan los Picos— los humos de las fábricas, casi siglo XIX, se destacan en el valle de ese territorio industrial entre Gijón y Avilés que se extiende al sur del cabo de Peñas. Nada hace presagiar en la aurora despejada del comienzo del día, tras el diluvio de las últimas semanas, que se vaya a romper el paisaje heredado de la campiña asturiana, en un tiempo con humos de tizar la cocina de carbón, hoy del resto de otros hornos cementeros o siderúrgicos.

La localización puntual de esos grises en este crepúsculo matutino, cuya luz lateral otorga al panorama perspectivas no avisadas, dibuja, no obstante, un silencio de otros tiempos anteriores a la contaminación con chimeneas diseminadas de quintanas en las que se preparaba el desayuno. De ellas, partió entonces el obrero mixto cuando la carbonilla empezó a inundar de escombreras las cuencas centrales de Asturias y algunos otros espacios, centrales y más alejados.

Ahora que es tiempo de pasar del gris al verde, así habla también ya la jerga del hidrógeno, nadie, sin embargo, parece querer recordar que esta Asturias de antigua industrialización, ahora también famosa en veraneos, funcionó pasados los primeros capitanes de la industria y no todos como una colonia explotada por capital foráneo. También hay una escritora, premio Goncourt, belga que lo acaba de novelar.