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Berlín

Pisar la calle

Pisar la calle. Firma de opinión de Julio Canto

Pisar la calle. Firma de opinión de Julio Canto

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Berlín

Los que recuerdan sus años de alcalde dicen que a Anguita era normal encontrárselo por la calle, paseando. Yo lo vi varias veces jugando al dominó en La Corredera, cuando ya se había jubilado. A Rafael Merino me lo encontré en una celebración festiva de mayo. A Rosa era fácil verla con las peñas, en una procesión, en el fútbol, o donde fuera. A Andrés Ocaña lo vi una vez tirando la basura en verano, en una estampa muy española y a José Antonio Nieto me lo encontré, siendo aún candidato, reunido con una hermandad de la ciudad. Gusten más o menos, éstas son señales de cierta normalidad, de que un alcalde, no es más que un vecino; algo que se pierde al pasar a otros niveles.

He estado pocos días de mi vida en Madrid, pero nunca me encontré con ninguna figura destacada de la vida política por la calle. Es normal, claro. Es una ciudad enorme y los políticos no van a estar paseando por ahí, solo para que uno los vea. Por eso me sorprendió aún más algo que me pasó al poco tiempo de mudarme a Berlín: iba recorriendo una de las calles más conocidas de la ciudad con mi bicicleta, concentrado, intentando que no me golpeara ningún coche, cuando vi que, unos metros delante de mí, un tipo se colocaba casi en medio de la calle. Traje y corbata oscuros, cabeza rapada, camisa blanca. “Vaya, un chulo”, pensé. Asi que, como buen berlinés, decidí acelerar, para pasar muy cerca de él y dedicarle algún improperio. Ése era mi plan hasta que llegué a su altura, lo esquivé y, justo cuando volvía a mi carril, casi atropello a la señora Merkel, que estaba intentando cruzar la calle por donde no debía. No había semáforo, ni paso de cebra, pero la canciller federal de Alemania, quería ir a una tienda del otro lado de la calle. Se la veía algo estresada al no poder cruzar, entre otras cosas, por culpa del panoli de la bicicleta que casi le cuesta la salud y que, en ese momento, pasaba delante de ella con la boca abierta, como si acabara de ver un unicornio. Poco después, el guardaespaldas y ella cruzaron la calle. Nadie me paró, ni me dijo nada. Es normal, pensarían, que si cruzas por donde no debes, te pase algo así.

Ahora ya no está en el gobierno y, si tiene suerte, quizá en unos meses nos hayamos olvidado un poco de ella y pueda dedicarse a sus cosas, como si en lugar de la mujer más poderosa del mundo, hubiera sido una simple alcaldesa. Eso sí: lo último que hemos sabido de ella es que estuvo hace poco en una tienda de lujo comprándo un chorizo ibérico, como ese que van ustedes a cortar con extremo cuidado para esta noche. Feliz Navidad, paisanos. A ustedes, a Merkel y al ibérico.

 
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