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Distancias

La Firma de Tomás Martín

"Distancias", la Firma de Tomás Martín

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Palencia

Pasado el ecuador de la Navidad, la vida en nuestra ciudad discurre envuelta entre el impacto de la nueva variante del COVID-19 y el espíritu navideño, con aquella sacudiendo en el ánimo de una ciudadanía más espectadora que expectante, más encerrada en su zona de confort que dispuesta a coger el toro por los cuernos a una realidad que invita a mostrar otra actitud ante los problemas que nos acechan. Eso sí, y como es tradición, continúa inmersa en los clásicos deseos de amor y paz.

Lo percibí mientras caminaba un día de la pasada semana por ese barco sin mar que es nuestra Calle Mayor, observatorio permanente del acontecer palentino, cubierta de ida y vuelta transitada de proa a popa y de estribor a babor por ese pasaje singular que forman los jubilados hablando de sus cosas y de las ajenas, con esa particular visión que tiene la gente curtida en mil batallas que tira de añoranzas y recuerdos para, al final, seguir instalada en el eterno debate de si cualquier tiempo pasado fue mejor o peor. Distancia al fin y al cabo entre lo vivido y lo soñado, entre un ayer anclado en un rincón del alma y de la memoria y un hoy que en la mayoría de las ocasiones los supera. Es ley de vida, consecuencia del peso y el paso de los años que, en ocasiones, invita a los más pragmáticos a entonar aquello de «que me quiten lo bailao».

Existen otras distancias, otras desigualdades, que vienen acompañadas de falta de empatía y sobradas de olvido hacia una generación que levantó a pulso a este país llamado España tras una incivil guerra civil, y que, como canta el grupo Jarcha, fue obediente hasta en la cama; generación a la que se da por amortizada y se deja fuera del inventario de la realidad social (¡ay, como envidió a los países nórdicos, donde la llamada tercera edad es el epicentro de las atenciones sociales!).

Imagino al bombero, al policía o al juez que ordenó el levantamiento del cadáver contemplando el esqueleto del octogenario que al parecer llevaba muerto en su domicilio de la calle Los Pastores desde hacía más de año y medio. Y me pregunto si ese hombre pudo morir de melancolía, por no saber manejar un teléfono móvil o si, incapaz de superar la insalvable distancia entre su sillón y la puerta de salida de su casa, se dejó morir. Tal vez pudo fallecer por inanición, de un ictus o de un infarto en la más absoluta soledad.

En fin. Estamos a tiro de piedra de la Nochevieja, del brindis para dar la bienvenida al nuevo año. Disfrútenlo y guarden unos segundos para recordar que de vez en cuando conviene abandonar nuestra zona de confort y pensar que otra Navidad es posible. Saludos y... ¡a por las uvas! Feliz semana.

 
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