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Estar pendiente

Estar pendiente. Firma de opinión de Lola Jiménez

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Córdoba

Hay en Córdoba grupos de mujeres inteligentes y empoderadas que han decidido hacerse mayores en un lugar compartido. Cada una en su casa, pero con la tranquilidad de formar parte de un colectivo que no se entromete, pero está pendiente.

Al escucharlas tan libres y con tanta iniciativa, mi idea del mundo se trastoca, porque pienso en mi madre y en sus vecinas, mujeres poco libres, herederas del sacrificio como forma de vida y que, de manera natural, viven en un lugar compartido, cada una en su casa y todas pendientes de las otras.

Y vuelvo, en mi cabeza, a esos grupos de mujeres cultas, profesionales, licenciadas en psicología, derecho, periodistas, políticas... que buscan casas solariegas para transformar en apartamentos, donde vivir independientes pero no solas.

Y me imagino ese lugar con un gran patio en el centro, encalado y con macetas. Y me veo sentada con ellas junto al jazmín, bajo el canto de un pájaro de colores brillantes, al que yo misma cubriré por las noches para que no moleste el sueño de mis compañeras.

Si Carmen no ha abierto la puerta a una hora razonable, iré a preguntar qué pasa. Y si sus hijas han venido a verla, estaré encantada de festejar la visita.

En Navidad, compraré flores de pascua, una para la madrina Estrella y otra para la vecina Manuela, que son las más cercanas a mi puerta.

Así he visto vivir a mi madre y a sus vecinas desde que son mujeres viudas, con las hijas y los hijos fuera, y con la certeza de que la mejor forma de vivir es cada una en su casa.

No, claro que no, a mí nunca antes me había gustado esa forma de vivir tan observada. Sin embargo, cuando escucho a esas mujeres dispuestas a construir edificios emocionalmente inteligentes, pienso que es la forma en la que quiero envejecer; con una vecindad que se convierte en familia, y aprecio como nunca antes lo que mi madre ha tenido, casi por inercia, hasta fechas recientes.

Estrella y Manuela ya no están, y Carmen, mi madre, se ha quedado sin sus compañeras de vida, pero no se olvida ni una sola noche de cubrir al pájaro de colores brillantes, aunque a ella nunca le molestó su canto.

Eso es auténtica convivencia y es lo que merecen nuestros mayores. Respeto, cariño y estar pendiente, para que vivan como quieran, hasta donde puedan.

 

 
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