Desenterrar el clítoris: la cirugía reparadora de Asha
Contenidos: Sara Selva Ortiz
A Asha le cortaron el clítoris con cinco años. 40 años después, se ha sometido a una cirugía de reparación en el Hospital Clínic de Barcelona. La Cadena SER la acompaña en la operación.
El clítoris de Asha está enterrado. Lo cubre un tejido duro y fibroso, atravesado por una cicatriz. Es la huella que le dejó la ablación que sufrió hace ya más de 40 años, cuando todavía era una niña. “Ves, se nota un poco cómo se mueve, debajo de la piel. Aquí está el clítoris”, explica la cirujana, Mariona Rius. La marca de la mutilación hace ahora de guía. Rius la recorre con un bisturí, dividiendo, de nuevo, el tejido en dos.
Asha* ronda los 50 años. Nació en un país de África occidental, pero lleva prácticamente toda la vida viviendo en Barcelona.“Mis hermanas me dicen que me he vuelto muy europea”, dice soltando una carcajada. Habla con un desparpajo contenido por la timidez propia de las primeras veces. Nunca antes ha hablado de la mutilación con libertad. Es un “tabú”. “Me da mucha vergüenza. Me pregunto qué pensarán de mí”. No se lo ha mencionado a sus hijos, ni a sus hermanas, ni a la mayoría de sus parejas. Ni siquiera a la persona que la acompaña a la operación. Solo se lo ha contado a una de sus sobrinas, para evitar que vuelva a pasar. “Le dije que no se lo hiciera a su hija. Porque eso es matarla. Matarla en vida”, cuenta.
Te lo cortan a lo bestia. Sin anestesia"
“Me llevaron a una casa con jardín, cerca de dónde vivía mi abuela. Y me lo cortaron. Había mujeres cantando y bailando. Y más niñas. Es como un bautizo”. Desde entonces, los recuerdos del “trauma” van y vienen. A veces, cuando se queda sola en casa, cuando sus hijos no están, lee sobre la mutilación genital femenina. Busca respuestas. “¿Por qué yo no lo tengo?, ¿por qué lo hacen?”.
Con 15 años, Asha se dio cuenta de que sus genitales no eran como los de sus amigas. No eran como los que aparecían en los libros de biología. “Me di cuenta de que me faltaba algo, de que yo no tenía eso”, recuerda. No tiene labios internos. Ni parte visible del clítoris, tampoco el capuchón que lo cubre. “Me quitaron una parte de mi. A lo bestia”. Se lo arrebataron y no se puede recuperar, pero sí reparar.
Ese es el objetivo de la ginecóloga, Mariona Rius, y del equipo médico que la acompaña durante la cirugía. Asha está recostada en una mesa, similar a la que se utiliza durante el parto. Mariona, sentada en un taburete a la altura de la vulva de la paciente y con ella dos residentes que la asisten durante la operación, una a cada lado. Utilizando el camino que dibujaba la cicatriz, Mariona ha partido la zona en dos. Asha ha tenido varios partos y su piel ya no es tersa. Pero esa elasticidad, en este caso, es casi una ventaja. Permite jugar con la piel para ‘crear’ los labios inferiores, que es en lo que se centran durante la primera parte de la cirugía.
Con el dedo colocado detrás de la piel, “para notar el grosor”, Rius hace poco a poco un corte, que divide el tejido en dos. “Me estoy creando un bolsillo, que es lo que me va a permitir hacer el labio”, intenta explicar mientras avanza con el bisturí, “cuanto más piel tienes, más labio puedes generar”. Hace lo mismo en cada lado, aunque, en el izquierdo, Asha aún conserva la cicatriz. “La vamos a eliminar”, anuncia Rius. “Es un tejido fibroso que no me sirve de nada, que no cicatriza bien y no me ayuda”. La huella de la mutilación desaparece de su cuerpo.
El siguiente paso consiste en coser entre sí los bordes, cerrar el bolsillo, ponerlo “bonito”. Utilizan, para eso, un “hilo muy fino”, como los que se usan en cirugía plástica. “Lo que hago es esconder el borde, dejarlo hacia adentro para que no se encuentre con el otro y no se nos vuelva a juntar”, aclara la ginecóloga. Con la sutura, el tejido coge forma y empieza a dibujar la silueta de un labio.
Escucha la operación
La cirujana elimina la cicatriz de la ablación. La huella de la ablación desaparece de su cuerpo
Advertencia: la imagen puede herir su sensibilidad
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La técnica de la operación es sencilla. Se realiza en unos 40 minutos
El Clínic es el centro de referencia en Cataluña para esta cirugía
La operación es física. La realiza una cirujana, con un bisturí, en un quirófano. Pero la reparación es, en realidad, emocional. “A mi me ha destrozado la vida”, reconoce Asha, “me ha marcado”. Desde que es consciente, finge. Disimula. Va, por ejemplo, a un tupper sex con sus amigas y les “sigue el rollo”. “Te dan una crema para que vayas al lavabo y te la eches. Yo voy, no me la echo y salgo diciendo que qué maravilla. Entro y salgo, pero no pruebo nada”, dice riéndose. También escucha las historias de otras supervivientes. Se junta con amigas de distintos países de África, muchas están mutiladas y hablan con naturalidad del tema. A ella la vergüenza se lo impide. “Yo me río mucho y no se nota. Me adapto a mis amigas, a su cachondeo, a su rollo, pero luego, en el fondo, digo y por qué voy a esta mierda, por qué les sigo el rollo, si yo no siento nada”.
Asha nunca ha sentido placer. Así que finge, también, con sus parejas. “No dejo que me toquen abajo, no dejo que me miren. Me da vergüenza desnudarme. Y por eso creo que no tengo novio. Creo que de ahí vienen todos los problemas de las relaciones que he tenido”, asegura.
Te destroza la vida"
La doctora, Mariona Rius, después de la operación.
En 2015 el Departamento de Salud de Cataluña creó un circuito para, a través de la sanidad pública, detectar y tratar a supervivientes de mutilación genital femenina. “La idea era crear una red transversal trabajando desde la atención primaria hasta llegar a nuestro centro”, cuenta Rius. Cuando las víctimas van a una revisión ginecológica, les ofrecen la operación. Algunas, la rechazan. Otras, la aceptan emocionadas. Es lo que pasó en el caso de Asha. En una visita rutinaria le plantearon la opción de operarse. Había leído algo en internet y sabía que la posibilidad existía, pero no imaginaba que podía permitírselo. Pensaba que costaba dinero, que tendría que ahorrar durante años. En cuanto salió del ginecólogo, fue al hospital a entregar los papeles.
Asha estaba deseando “decir adiós a su vida de antes”, pero no es, habitualmente, una decisión sencilla. Algunas aceptan, pero luego nunca se presentan. “Siempre hay cuatro o cinco al año que no llegan. Enviamos cartas, llamamos, las citamos, pero no aparecen”, reconoce la doctora. La decisión es “difícil” porque supone, a veces, “enfrentarse a su cultura”. O a su marido. Es un proceso que hacen, en muchas ocasiones, “a escondidas”. Solas.
Son muy pocos los hospitales que realizan este tipo de cirugía. No es una técnica extendida por toda España. De hecho, el Clínic es el único hospital público de Cataluña que ofrece este servicio y, aún así, hacen muy pocas, una media de seis al año. Muchas mujeres se quedan por el camino. “Nos planteamos si lo estamos haciendo bien o si tendríamos que intentar acercarnos a ellas de otra forma. Es un reto”, cuenta la cirujana.
Espero sentir lo que sienten mis amigas
Las que sí llegan, acuden a una primera consulta con la ginecóloga. En esa cita, Mariona no solo las explora físicamente. También les pregunta por qué vienen, qué esperan de la operación. Quiere conocer sus expectativas, valorar el componente emocional de la decisión, comprobar si la cirugía “puede mejorar lo que les está pasando”. “Cuando sabemos las expectativas que tienen, nosotras les podemos plantear opciones”. Lo estudian, también, con una sexóloga con la que hablan de educación sexual, de autoexploración, de estimulación, de otras prácticas que van más allá de la penetración. “Hay pacientes que hacen la visita con ella, resuelven sus problemas sexuales y desestimamos la cirugía”, asegura.
Hay una pregunta que sobrevuela esa primera consulta: ¿podré sentir placer? “Les digo que no sé si van a recuperar el placer que creen que tendrían que tener, pero sí que les puede cambiar la sensibilidad y que tendrán que trabajar a partir de ahí”. En el caso de Asha, Mariona entendió que había una “lesión” que “podían recuperar” y decidieron hacer la cirugía. “Es un problema de sensibilidad en las relaciones, pero también de recuperar lo que le ha faltado”, explica.
El equipo médico, en un momento de la operación.
“La mutilación no es solo el hecho anatómico de cortar una parte de sus genitales, es también la autopercepción de imagen corporal, de autoestima. Eso les genera mucha ansiedad, se sienten inseguras. El recuperar lo que les han quitado les ayuda mucho a sentirse bien y a sentirse completas como mujeres”. Asha espera “sentir lo que sienten” sus amigas. La cirugía no se lo garantiza, pero, según la doctora, el resultado siempre es bueno. “La sensibilidad les cambia y descubren una parte que no conocían”.
La ginecóloga Mariona Rius lleva siete años haciendo este tipo de cirugías. Ninguna es igual. Depende del tipo de vulva, del tipo de corte, del tipo de piel o del tipo de cicatriz. “A veces es un corte limpio y, otras veces, la niña se ha movido, ha sangrado o ha tenido una infección y eso hace que la cicatriz cambie”. Rius va tomando decisiones conforme avanza la operación. Es, en todo caso, una cirugía sencilla, que dura alrededor de 40 minutos. “La esencia se mantiene en todas. Lo que hacemos es quitar ese tejido duro. Abrimos y generamos unos labios nuevos. Y eso permite al clítoris exteriorizarse”.
Con la ablación, desaparece parte del clítoris. Pero no todo. Desaparecen parte de sus terminaciones nerviosas. Pero no todas. Hay una parte que sobrevive, pero cubierto por un muro que le frena. Una capa de tejidos y cicatrices que le aleja de la sensibilidad, del placer.
Con la operación, ese muro desaparece. En medio de esos dos labios recién ‘creados’, aparece una “bolita”. Está cubierta por un tejido rosa que contrasta con la piel oscura de Asha. “Luego se epiteliza”, explica Rius. Se regenera. Se cubre de piel. “Ves cómo se va abriendo camino, cómo va apareciendo. Ya lo tengo liberado. Tampoco lo puedo pelar mucho porque tendría mucha sensibilidad, no se podría poner ni pantalones”, bromea. El clítoris - lo que queda de él - asoma la cabeza de nuevo. Lo han desenterrado.
*Asha es un nombre ficticio. En este reportaje se han omitido, además, datos concretos que puedan identificar a la protagonista.