¿Quién buscaba la paz en Bizkaia en la Edad Media?
El capitel de la iglesia de Fruiz nos cuenta una historia que te sorprenderá. ¿Sabes qué es la paz de Dios?
Bizkaia en la Historia: Las damas de la paz
La historiadora del Arte y filósofa, Isabel Mellén, sabe y sabe mucho sobre cómo leer la historia de una forma certera. En este nuevo capítulo sobre la historia pasada en Bizkaia, nos vamos con ella hasta la iglesia de Fruiz. Allí en la portada románica de su iglesia, sobreviven un capitel que nos muestra una imagen bastante peculiar y que nos habla de las mujeres vizcaínas medievales. "En él podemos ver una figura femenina, muy esquemática, que está separando a dos soldados a caballo que intentan atacarse entre sí con una espada y una lanza. La actitud de esta mujer es la de detener la violencia entre ambos interponiéndose entre los personajes". La escena, a quienes no sabemos leer la historia nos provoca muchos interrogantes, pero nuestra interlocutora confirma que "es una escena relativamente frecuente en el románico de la península ibérica. De hecho ha sido identificada con algo que han denominado la paz de Dios.
'La paz de Dios'
En primer lugar veamos a qué se suele llamar la “Paz de Dios” en el románico. Se trata de una escena recurrente en algunos capiteles de iglesias en los que se representan dos caballeros cuya lucha es detenida por una figura mediadora que para a los contendientes en su ataque. En estas representaciones de gran belleza la intención de la figura central es, claramente, la de imponer la paz y detener la batalla.
Isabel lo describe con todo lujo de detales. "La primera vez que alguien analizó estas escenas y las identificó bajo el nombre de “La paz de Dios” fue en un libro de 1986, en el que se describe su supuesto sentido y se vincula con una serie de normativas eclesiásticas denominadas la Paz de Dios y la Tregua de Dios. La Pax Dei o Paz de Dios tendría que ver con la prohibición de atacar los bienes de la Iglesia, los templos, a los sacerdotes y a los labradores, mientras que la Tregua de Dios impediría la guerra en algunas fechas señaladas y en festividades religiosas". Para relacionar estas normativas de mantenimiento de la paz se citan varios concilios y sínodos tanto franceses como peninsulares en los que se aludía a la necesidad de pacificar y de detener la violencia contra algunos bienes o por un espacio limitado de tiempo.
Aunque parezca que la Iglesia, tanto con la Tregua de Dios como con la Pax Dei parecía buscar la pacificación de su sociedad, los obispos y monasterios fueron los primeros en recurrir a la violencia cuando la necesitaron, también sobre bienes de la Iglesia y clérigos. Además, sabemos por la realidad histórica medieval y la documentación que el caso que les hacía la sociedad civil en estas cuestiones era relativo, por no decir nulo. Que un lejano obispo dijese alguna vez que no había que pegarse no impedía que los nobles (y no nobles) se siguieran pegando, como así demuestra el alto grado de violencia que se generalizó durante las guerras de banderizos en el País Vasco.
Ellas mantenían la paz en la Edad Media
Pero la autora del texto deja entender que el mantenimiento de la paz en la Edad Media era una tarea propia del estamento eclesiástico y, para trasladar esta idea a imágenes, en el libro en cuestión se identifican varios de estos capiteles con la Paz de Dios. Aquí tenemos un pequeño problema, y es que, si nos fijamos, en esta iconografía veremos que lo que la autora denomina “el personaje mediador”, incidiendo en su género masculino, es siempre una figura femenina, identificable por el atuendo, incluso en los casos más esquemáticos. Durante mucho tiempo se ha negado que en este tipo de imágenes, como la de Fruiz, aparezcan mujeres, pero como es muy evidente que se trata de damas de la nobleza si comparamos todos los casos que tenemos, se ha dicho que son alegorías de estos mandatos y que representan a la institución de la iglesia manteniendo la paz.
Sin embargo, esta afirmación no es sino una ocultación de un rol femenino ampliamente extendido en la Edad Media. Así, a las imágenes de las mujeres que molestan porque contradicen el discurso misógino de la Historia, muchas veces se las oculta bajo el manto de la alegoría, convirtiendo su presencia real y social en un símbolo que refuerce el poder masculino, en este caso el eclesiástico. Y es que no deberíamos llamar a esta iconografía la paz de dios, sino la paz de las damas. Convirtiendo a las mujeres de estos capiteles en alegorías evitamos destacar el papel de las damas medievales como juezas y árbitras, administradoras de justicia en sus señoríos y, sobre todo, su papel como mediadoras en conflictos entre linajes, villas y concejos o particulares.
Qué ocurrió en la frontera entre Álava y Bizkaia
En la muga con Bizkaia, en la zona de Ayala, contamos con algunos casos de mujeres que ejercieron de juezas o árbitras. Las damas del linaje Ayala actuaron como árbitras en varias ocasiones, tanto dentro de sus señoríos como en otras causas externas. Un caso notable es el de María Sarmiento, dama casada con un Ayala que dirimió hasta en dos ocasiones el conflicto sobre el Urundiru o impuesto sobre la harina que enfrentó a los labradores de las aldeas con la villa de Vitoria. Pero esta misma dama también actuó en otras causas, por lo que contaba con una amplia experiencia. En los dominios de la familia Ayala, María Sarmiento tuvo que arbitrar en torno a unos molinos, cuyo uso se disputaba entre la villa de Arceniega y la comunidad monástica de San Juan de Quejana. El concejo y las monjas no discutían por una cuestión menor, puesto que los molinos en aquella época eran un recurso valiosísimo cuyas rentas daban mucho dinero a las personas o entidades que los tuvieran en propiedad.
Pero la hija de María Sarmiento, que se llamaba del mismo modo que la madre, también estuvo arbitrando en la zona de Andagoya. En esta ocasión fue por una cuestión religiosa y social. Los hidalgos recurrieron ante ella por un conflicto con los pecheros, es decir, con las personas que pagaban impuestos y que no pertenecían a su clase social privilegiada, por ver quién debía ocupar los puestos de relevancia en los rituales religiosos. Fue María la encargada de resolver el asunto asignando un juez independiente para la causa y velando durante todo el proceso para que éste fuese justo. Mientras se resolvía la cuestión, obligó a que no se realizasen ofrendas religiosas el tiempo que durase el proceso para evitar tensiones mayores.
Estos son solo algunos ejemplos conocidos hasta la fecha de este arbitraje y mediación de las mujeres vascas en nuestro territorio, pero posiblemente con el tiempo se descubrirán muchos más ejemplos de mujeres árbitras. Mientras tanto, nos queda no sólo lo que sabemos a través de la documentación, sino también el testimonio en imágenes de Fruiz, donde, en la portada de su iglesia, se quiso dejar constancia de la acción de una anónima dama medieval que conmemoró así su búsqueda activa de la paz en la Bizkaia medieval.
Las mujeres como pacificadoras o agentes de paz
En los libros de texto o según la forma más habitual que tenemos de contar la historia, rara vez nos fijamos en los momentos de paz. Injustamente le solemos dar más importancia a la guerra como motor histórico, es decir, como hecho fundamental que cambia el rumbo de los acontecimientos, que a los procesos de paz. Por lo tanto, el relato de la historia, tal y como nos lo contamos la mayor parte de las veces, se convierte en una sucesión de batallas, situaciones violentas y muertos, pero ignoramos, o no le concedemos la importancia que se merece, a todas aquellas situaciones en las que se evitó el conflicto mediante un matrimonio, una estrategia, un tratado o una mediación. Y en la Edad Media, las grandes garantes de la paz y las encargadas por su rol de género de mantener la concordia en medio de la violencia, fueron, indudablemente, las mujeres.
Las mujeres nobles y las reinas utilizaban frecuentemente los lazos de parentesco para tratar de convencer a sus familiares masculinos para que fueran misericordiosos, para que evitasen una injusticia o para detener las ansias de venganza que éstos muchas veces mostraban. Para ello se servían de todo tipo de gestos y de argumentos, e incluso del llanto si hacía falta, con el objetivo de enternecerles y que detuvieran su actitud violenta. Una estrategia muy llamativa para nuestro siglo XXI y que solía considerarse infalible en el caso de las madres era arrodillarse ante el hijo ya adulto y, llorando a gritos, soltarse la camisa para enseñarle los pechos, diciéndoles que con ellos les habían criado y que si tenían en estima a la madre cesarían su actitud violenta. Éste era considerado un gesto muy fuerte en la época y la imagen de su propia madre rogando y lamentándose desde el suelo con los pechos al aire debía impactar mucho a los hijos que, generalmente, en estos casos, solían deponer su actitud y tomar resoluciones más pacíficas.
Diferentes estrategias de mediación de las damas
El contrato de matrimonio era una de las estrategias más extendidas para lograr la paz. Los matrimonios de la nobleza, en aquella época, eran concertados, es decir, se trataba de un contrato entre dos familias poderosas en las que ambas partes quedaban beneficiadas. El rol de las mujeres dentro de este tipo de matrimonios era servir de enlace entre sus familias de origen y la familia de sus maridos, tratando de llegar a acuerdos entre ambas. Muchos tratados de paz se firmaron a lo largo de la historia gracias a matrimonios entre monarquías enemigas o entre familias rivales. Por ello, todas las damas casadas de la época cumplían este objetivo de mediadoras y pacificadoras, por lo que entendían el matrimonio como la oportunidad para acabar con las tensiones, favorecer las relaciones fluidas y evitar los conflictos entre los distintos linajes.
Pero la búsqueda de la concordia, en ocasiones, no era una tarea fácil y, por ello, cuando la mediación, la palabra y los gestos grandilocuentes fallaban, las damas también podían preparar banquetes de reconciliación, o hacer regalos costosos o incluso realizados por ellas mismas a los enemigos de sus familias para propiciar el entendimiento mutuo y calmar los ánimos en situaciones de tensión. Todas estas estrategias, específicamente femeninas, han llevado a algunas historiadoras e historiadores a hablar sobre “la paz de las mujeres” o “el estilo femenino de mediación”. Como vemos, las estrategias para acabar con la violencia eran muchas veces imaginativas y casi un arte para estas mujeres medievales.
Mujeres juezas y árbitras
Pero además de estas formas de mantener el orden y la paz, las damas también cumplían otro tipo de papeles relacionados. En ocasiones, las personas que tenían un problema entre sí, en vez de apelar a un tribunal de justicia para dirimir sus diferencias, recurrían a estas damas para que actuasen de árbitras o juezas. Se las presuponía mujeres con gran sabiduría, con sentido de la justicia, con misericordia, con conciencia y moral elevadas. Además, muchas de ellas aplicaban la ley y juzgaban casos en sus señoríos, por lo que solían ser escogidas para actuar como juezas y árbitras en todo tipo de casos públicos. La decisión que tomase la dama escogida no se discutía y se acataba por ambas partes, lo que nos indica que tenían un gran prestigio social y eran mujeres muy respetadas. Hacia finales de la Edad Media aparecen en la documentación como arbitras, arbitradoras o amigables componedoras. A cambio de realizar este servicio, solían recibir en agradecimiento algún regalo simbólico, pero no cobraban por esta labor al tratarse generalmente de mujeres que ya tenían unos recursos económicos muy importantes, señoríos y tierras.
Los casos que atendían eran de todo tipo, desde problemas entre particulares hasta malentendidos entre concejos, villas y aldeas. Este sistema de arbitraje se basaba en la confianza, tanto en las mujeres que iban a dictar las sentencias como en los contendientes que iban a cumplirlas. Pero, de antemano, antes de conocer el resultado de estas damas, se solían establecer una serie de prendas o castigos hacia las personas que incumpliesen los dictados de la jueza. Generalmente, ellas buscaban una solución de consenso, que contentase a ambas partes para evitar conflictos posteriores, lo que hacía que la paz fuese aún más duradera. Aunque tenían libertad para fallar en uno u otro sentido.