José Morandeira Lama Modia vivió los primeros años de su vida en su localidad natal de Santiago de Miraz (Ourense), en compañía de sus padres labradores, Domingo y Antonia. En fecha no determinada se trasladó a Vitoria, donde ejerció de forma ambulante y a la intemperie, su profesión de afilador de cuchillos, navajas, tijeras y otros instrumentos de corte. La profesión de afilador ha sido ejercida principalmente por gallegos. Recordamos cuando los veíamos por las calles, y escuchábamos el sonido del “pito del afilador” o “chiflo”,- instrumento hecho con cañas y posteriormente de plástico, que servía de llamada para que la gente bajara desde sus casas con sus utensilios, para ser afilados. Cuando José tenía 37 años, se casó en la parroquia vitoriana de San Vicente Mártir con Modesta González de Heredia Ruiz de Azúa, natural de Larrea (Álava), de 22 años de edad. La ceremonia tuvo lugar el 23 de diciembre de 1867 y la pareja estableció su domicilio en la calle Zapatería, 37. Como buen emprendedor, José pensó en 1877, que sería interesante para trabajar mas cómodamente y aumentar la clientela, establecer el negocio en un local y que este fuera céntrico. Los precios de venta de las lonjas no estaban a su alcance, y en agosto de aquel año pidió al ayuntamiento le cediera un trozo de terreno público, donde instalaría un cobertizo. Solicitó se le permitiera emplazar la barraca, en el callejón situado en la Plaza Vieja, junto a la fachada oeste de la Plaza Nueva, incidiendo en que deseaba construir la tejavana mencionada, también “para resguardarse de las aguas y vientos del invierno”. El lugar elegido era el idóneo, ya que a los clientes habituales que tenía, se uniría la gente que acudía a los numerosos comercios de la plaza y conseguiría otros parroquianos entre los que acudían al Mentirón, en los días de mercado, donde se vendían productos del campo y utensilios de todas clases. Había días en que apenas podía transitarse por la plaza, por la aglomeración de gente ávida de efectuar las compras, en los 68 puestos establecidos. Atendiendo la solicitud de Morandeira, la Comisión de Obras, conforme con el dictamen del Arquitecto Municipal, comunicó al interesado, que para estudiar su petición era preciso presentar un plano, que debía estar “dibujado con claridad y firmado por persona competente, para que de ese modo pueda formarse juicio exacto de la clase de tejavana que se trata de construir”. Entonces, el consistorio vitoriano ya era exigente en la documentación a presentar para conseguir las licencias de construcción o reforma. Se pedía un plano a escala, firmado por un arquitecto, hasta para colocar un mirador en la fachada de una vivienda. Salustiano Idalga Urmeneta, era un maestro de obras con experiencia, que había sido responsable de construcciones importantes en la ciudad, que además trabajó como ayudante del arquitecto de la Diputación Foral, Pantaleón Iradier, a quien sustituyó ejerciendo varias de sus competencias, cuando este padeció una afección en la vista. Salustiano era el único de esa profesión en Álava, que aparecía en el “Anuario del Comercio, de la Industria, de la Magistratura y de la Administración”, en su edición de 1881, que constaba de 2238 páginas y recogía los datos de todo el Estado. Así que el afilador contrató a Idalga, para que fuera quien delineara los planos del cobertizo que se proyectaba construir. El plano, muy elaborado, se dibujó en color, -cosa rara entonces-, y en el figuraban las dos fachadas del cobertizo, que serían construidas con lamas de madera, dotándole de una cubierta con una especie de lona o chapa. Morandeira presentó el plano, proponiendo que la barraca se emplazara en el callejón en sentido norte-sur, en paralelo a la fachada de las viviendas de la Plaza Nueva, pegado por el lado septentrional a la pared del fondo del callejón y por poniente, -su fachada de mayor longitud-, adherida a la pared de la rampa ascendente, que desde la plaza se dirigía y se dirige a a la actual calle Mateo Moraza. En octubre de 1877, la Comisión de Obras acordó autorizar la construcción de la tejavana de madera, pero cambiando su emplazamiento, precisando que debería ser colocada en sentido este-oeste, pegante al pretil en que estaba situada la “fuente de las Olleras” y en posición perpendicular a la casas de la Plaza Nueva. Efectivamente, la barraca fue construida definitivamente, encajonada al fondo del callejón y pegante al muro, en cuya parte superior existía y existe un espacio que era conocido popularmente entonces como la “Plaza de las Olleras”. Allí instalaban “las olleras” -únicamente mujeres-, sus puestos en los que vendían, pucheros, cazuelas, cestas y envases similares. Para las vendedoras, el sitio tenía la ventaja de ser totalmente horizontal, y no suponía ningún riesgo para que los recipientes volcaran. Además en ese lugar había una fuente, para calmar la sed, sobre todo en los días calurosos. Otras condiciones que se impusieron al afilador fueron las siguientes: conseguir el correspondiente permiso por escrito, de los dueños de las casas de la Plaza Nueva que daban al callejón; que si el ayuntamiento necesitara hacer alguna obra o modificación en ese punto, el afilador debería retirar la barraca, corriendo a su cargo los gastos que se originaran; que la autorización era personal, por lo que si José abandonaba el negocio o fallecía, ni el ni sus herederos podían vender ni enajenar la tejavana indicada, debiendo de quitarla tan pronto como se le ordenase. El municipio estableció, que en lugar de los “siete reales menos cuartillo”, que venia satisfaciendo mensualmente por el puesto de afilador ambulante, pagaría dos pesetas con cincuenta céntimos, desde el día en que comenzara a trabajar en la barraca. José disfrutó del negocio en el callejón durante casi trece años, atendiendo a miles de clientes, falleciendo el 12 de agosto de 1890. Cuando murió Morandeira, su esposa Modesta González de Heredia tenía 45 años y cuatro hijos, que había que sacar adelante. Por ello, el 19 de agosto de 1890 -una semana después del fallecimiento de su esposo-, presentó una solicitud en el ayuntamiento pidiendo se le concediera, si era posible, la misma autorización que tenía su marido, y poder de esa forma, continuar ella como titular del negocio de afilador en la barraca. Decía en el escrito que “no dudaba de que la Corporación tomaría en consideración la petición, puesto que es una familia de honrado proceder y que tiene también cuatro hijos de corta edad y la necesita, para ayuda de su manutención”. El Procurador Sindico, informó que no encontraba inconveniente en que se accediera a la petición de la interesada y el 23 de diciembre de 1890 se le comunicó, que se accedía a su petición. Modesta fue la titular de la barraca de afilador hasta su fallecimiento en 1909, tras lo cual se desató una pugna entre dos personas, que aspiraban a obtener la oportuna licencia municipal y conseguir la titularidad del local del afilador en el callejón. En septiembre de 1909, Romualdo Zuazo Mardones, zapatero establecido en la calle San Antonio, 15 y yerno de Modesta, se dirigió al ayuntamiento solicitando que su hija Josefa Zuazo Morandeira, a su vez nieta de Modesta, fuera quien prosiguiera con la concesión de la tejavana del afilador, y de esa forma el negocio fuera regentado por un miembro de la misma familia. En octubre se comunicó a Romualdo sobre el asunto, el contenido de un decreto que decía literalmente lo siguiente: “Una vez fallecido José Morandeira constructor de la barraca, así como la viuda de este, debe de cesar el usufructo del terreno en el que aquella está emplazada, pues los terrenos de la vía pública no son patrimonio que pueda transferirse como herencia”. Se añadía además en la notificación, que la barraca estaba ocupada por otra persona, José María Puga, que era realmente quien ejercía de afilador, el cual venia satisfaciendo una renta a la viuda de Morandeira desde hacía veinte años, y que además era quien pagaba al municipio los correspondientes aranceles. La comunicación finalizaba exigiendo a los herederos de Modesta, que se “haga desaparecer la caseta dejando libre el terreno”. José María Puga González, también de origen gallego, enterado de las aspiraciones del yerno de Modesta, presentó un escrito en el ayuntamiento en septiembre de 1909, manifestando que tras el fallecimiento de Morandeira, su viuda Modesta le había arrendado la caseta de afilador, en la que había ejercido el oficio durante 20 años, añadiendo que tras el fallecimiento de la señora, sus herederos se habían negado a que continuara ocupando el local. Consideraba que el era quien tenía mas derechos, para continuar ejerciendo de afilador en la tejavana, y pedía que en el consistorio se le confirmase la posesión y disfrute del mencionado puesto. El 13 de octubre de 1909 en Sesión Ordinaria, se debate en el ayuntamiento sobre la cuestión, tomando como base un informe del Procurador Sindico que señalaba: “No puede accederse a la petición del Sr. Puga, pues debe de quedar el terreno completamente libre y a disposición de que pueda ser solicitado por cualquier vecino de la ciudad”. Dos de los concejales dijeron no estar conformes con el informe, por entender que alguna consideración merecía una persona que durante 20 años había venido satisfaciendo sus impuestos al ayuntamiento por la ocupación. El alcalde puso énfasis en la forma anormal con la que el solicitante había venido haciendo uso de un trozo de terreno de la vía pública, cuya ocupación no le concedió a él el ayuntamiento, sino a un particular que ya murió, y que su viuda erigiéndose equivocadamente con derecho para ello, traspasó la concesión que tuviera su finado esposo al Sr. Puga, previo el pago de una cuota de 8 pesetas mensuales, dándose el caso de que un particular se lucre con un trozo de terreno público. Añadió, que esta clase de concesiones no debían de hacerse a perpetuidad, sino por cierto plazo, pues lo contrario sería sujetar a venideras administraciones a tener que respetar concesiones hechas en perjuicio del interés común. Puesto el asunto a votación, se acordó denegar la solicitud del Sr. Puga. Sorprendentemente, reconsiderando su posición de octubre del año anterior, el Procurador Sindico emitió un nuevo informe el 22 de enero de 1910, en el que literalmente se decía: “Resultando que los herederos del Sr. Morandeira ningún derecho satisfacen por la ocupación del terreno propiedad del ayuntamiento y en cambio el Sr. Puga los viene satisfaciendo hace mas de 20 años, es el parecer se conceda la correspondiente autorización al Sr. Puga a continuar ocupando el terreno, habiendo los herederos del Sr. Morandeira retirar la barraca, que tienen construida en el punto indicado, sujetándose en caso de construir una nueva barraca al plano que firme el Sr. Arquitecto Municipal. La concesión que se otorgue será por tiempo ilimitado, pudiendo el ayuntamiento retirarla cuando lo crea conveniente”. En Sesión Ordinaria, celebrada en la misma fecha, se aprobó el contenido del informe y el el afilador José María Puga continuó ejerciendo su profesión en la barraca del callejón durante bastantes años, falleciendo en abril de 1931. José María era natural de San Pedro del Burgo (Ourense) y se había casado con Juana Foronda Oleaga, el 23 de agosto de 1897 en Zurbano (Älava), pueblo de de donde era la novia. Aun quedan afiladores ambulantes, eso sí ya motorizados, como Antonio, que recorre las calles de las capitales vascas a lo largo del año, en busca de clientes. En un vídeo podemos ver como desarrolla su trabajo y escuchar unas manifestaciones suyas respecto a su profesión. Nos permitimos homenajear a aquellos añorados afiladores, con la canción titulada “El Afilador”, cuya autoría corresponde al conjunto mejicano “Grupo Carabo” (1), que lleva el nombre de una ave nocturna. Se trata de una cumbia, que esta incluida en su álbum “Grito en Silencio” editado en el año 2000, que tuvo un gran éxito, sobre todo en Sudamérica. (1) La RAE señala que la forma correcta de escribir esta palabra es cárabo, sin embargo el grupo musical la escribe y pronuncia como Carabo. Documentación consultada: Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz y Archivo Histórico Diocesano de Vitoria.