"Lo que llega a los comedores escolares no siempre cumple con el decreto": la denuncia de una cocinera en Bilbao
Aitziber Uriarte, responsable de cocina en el colegio San Inazio Eskola, critica la falta de control en la calidad real de los menús escolares pese al nuevo decreto aprobado por el Gobierno

"Lo que llega a los comedores escolares no siempre cumple con el decreto": la denuncia de una cocinera en Bilbao
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Bilbao
El reciente Real Decreto aprobado por el Consejo de Ministros establece nuevas pautas para los menús escolares en toda España: fruta y verdura fresca a diario, pescado entre una y tres veces por semana, reducción de platos precocinados y eliminación de bebidas azucaradas o refrescos en los comedores escolares.
Sin embargo, en Euskadi, donde existe ya desde hace años un marco regulador propio, la aplicación de estas medidas no es ninguna novedad. Así lo asegura Aitziber Uriarte, cocinera del colegio público San Inazio Eskola, en Bilbao, quien señala que “el decreto estatal recoge muchas cosas que ya están contempladas aquí desde hace tiempo”. Pero añade: “el papel lo aguanta todo”.
“Pescado fresco, nunca”: una realidad que contrasta con la teoría
Uriarte denuncia que, aunque la normativa establece el consumo regular de pescado fresco, en su escuela “nunca entra pescado fresco, jamás”. Y lo más grave, apunta, es que “nadie lo denuncia, ni las empresas ni el Gobierno Vasco, aunque se paga un coste adicional por ello”.
Según la cocinera, en la práctica hay una diferencia clara entre lo que dictan las leyes y lo que realmente llega al plato de los escolares. “Todo eso está recogido, pero nadie controla lo que llega a los comedores. Y lo que llega deja mucho que desear”.
Frutas monótonas, verduras sin variedad y exceso de patatas
Aunque el decreto también apuesta por el consumo diario de fruta y verdura, Uriarte afirma que la fruta que se sirve “nunca es de temporada” y siempre se limita a las mismas opciones: peras, manzanas, plátanos y naranjas, dependiendo del precio de mercado. “Aquí los niños acaban aburriéndose de la comida, y sufren de ‘patatitis’, porque les meten patata casi todos los días”, lamenta.
Desde su cocina, trata de aportar creatividad para que los menús sean más atractivos, pero señala que las limitaciones vienen impuestas desde la adjudicación del servicio a empresas que priorizan la rentabilidad sobre la calidad.
El papel de las familias y el problema del silencio
Para Uriarte, una de las claves está en la implicación de las familias. Asegura que en su centro, donde dan de comer a 349 alumnos de entre dos y doce años, “las familias se quejan muy poco”. Cree que esa falta de movilización puede deberse a la desinformación, la confianza en el sistema o simplemente a la falta de interés.
Recuerda que en su día algunas asociaciones como Gure Platera Gure Aukera o EIGE y ciertos sindicatos sí pusieron el foco en los comedores escolares, pero que esa fuerza se ha diluido: “Cuando todo esto aterriza en las escuelas, poco hacen las familias”.
La importancia del comedor como espacio educativo
Más allá de lo nutricional, Uriarte reivindica el comedor como un espacio pedagógico: “La escuela no son solo las aulas. En los comedores también se educa. Y es nuestra responsabilidad enseñar a comer bien”.
Aunque reconoce que en su centro se cumplen aspectos como limitar los platos precocinados (solo una empanadilla al mes), y no hay presencia de vending ni bebidas azucaradas, insiste en que las verdaderas mejoras pasan por un control real de lo que se sirve a diario y una supervisión más rigurosa a las empresas adjudicatarias.




